Gran post. Me ha recordado a Heidegger, cuando ante lo que él consideraba la pregunta esencial, “por qué hay algo y no más bien la nada”, afirmaba que lo importante no era la pregunta, lo importante era el camino que te llevaba a acabar planteándote esa pregunta.
El debate sobre la meritocracia funciona como un Macguffin, mientras discutimos si existe o no, si debería haber más o menos, si como dice el post las opiniones son o no contextuales dependiendo del triunfo social del que las emite, no se discute sobre la distancia material y reputacional que debe existir entre el primero, el segundo y el último para que una vida en comunidad que merezca la pena sea posible.
1. Todo sistema de pensamiento es aporético, es decir, circular, que conduce a un callejón sin salida contradictorio. Cualquiera descansa en una intuición o una/s creencia/s infundada/s y a partir de ahí construye todo un edificio - un relato - que acaba devolviéndole al principio. Pero si es elaborado, si estimula, si nos hace conocer y aproximarnos a otros relatos, el viaje es enriquecedor, merece la pena, aunque hayamos de regresar como Ulises al mismo punto de partida, siempre con algo de perplejidad. Como Wittgenstein y su famosa escalera: una vez alcanzado el cénit del último peldaño, la coherencia nos empujaría a tirar la escalera y llevarnos al absurdo de caer estrepitosamente al lugar del que partimos.
2. Además de las comparativas entre países, hay un sesgo de clase que marca mucho la diferencia en cómo se percibe la meritocracia: quienes están en lo más alto, suelen minimizar las oportunidades y recursos a los que han tenido acceso y priman su propio mérito; quienes están más abajo, suelen envidiar al exitoso y atribuirle ventajas de partida con las que ellos no cuentan - aunque estoy contigo en que culturalmente hay factores que influyen mucho en esto, como sucede en España quizá por su matriz católica más sospechosa con las riquezas ajenas.
Gran post. Me ha recordado a Heidegger, cuando ante lo que él consideraba la pregunta esencial, “por qué hay algo y no más bien la nada”, afirmaba que lo importante no era la pregunta, lo importante era el camino que te llevaba a acabar planteándote esa pregunta.
El debate sobre la meritocracia funciona como un Macguffin, mientras discutimos si existe o no, si debería haber más o menos, si como dice el post las opiniones son o no contextuales dependiendo del triunfo social del que las emite, no se discute sobre la distancia material y reputacional que debe existir entre el primero, el segundo y el último para que una vida en comunidad que merezca la pena sea posible.
Sergio, nos salió que este artículo tuyo fue uno de los más visitados desde el Diario.
https://columnas.substack.com/p/son-las-recomendaciones-lo-primero
Artículo bien preñado. Me dejas con dos ideas:
1. Todo sistema de pensamiento es aporético, es decir, circular, que conduce a un callejón sin salida contradictorio. Cualquiera descansa en una intuición o una/s creencia/s infundada/s y a partir de ahí construye todo un edificio - un relato - que acaba devolviéndole al principio. Pero si es elaborado, si estimula, si nos hace conocer y aproximarnos a otros relatos, el viaje es enriquecedor, merece la pena, aunque hayamos de regresar como Ulises al mismo punto de partida, siempre con algo de perplejidad. Como Wittgenstein y su famosa escalera: una vez alcanzado el cénit del último peldaño, la coherencia nos empujaría a tirar la escalera y llevarnos al absurdo de caer estrepitosamente al lugar del que partimos.
2. Además de las comparativas entre países, hay un sesgo de clase que marca mucho la diferencia en cómo se percibe la meritocracia: quienes están en lo más alto, suelen minimizar las oportunidades y recursos a los que han tenido acceso y priman su propio mérito; quienes están más abajo, suelen envidiar al exitoso y atribuirle ventajas de partida con las que ellos no cuentan - aunque estoy contigo en que culturalmente hay factores que influyen mucho en esto, como sucede en España quizá por su matriz católica más sospechosa con las riquezas ajenas.
Muchas gracias por tus siempre enriquecedoras aportaciones, Javier.