Sexo y prestigio: incels y femcels, dos caras de la misma moneda
Las nuevas élites simbólicas se comportan, de facto, de un modo muy similar a las antiguas aristocracias.
Los capitalistas simbólicos, aquellos que atesoran prestigio y estatus valiéndose de sus actitudes sociales, su virtuosismo moral y otros signos de distinción simbólica, suelen contar con títulos universitarios como parte de su capital cultural. Ahora bien, dado nuestro marcado sesgo hacia la homofilia, resulta habitual que estos capitalistas simbólicos formen vínculos y alianzas, sentimentales o sociales, con sus pares igualmente imbuidos de este capital simbólico.
Por ejemplo, en Estados Unidos, el 81% de las personas casadas con educación universitaria están emparejadas con alguien que también posee al menos una licenciatura, cifra que aumenta al 86% cuando ambos cónyuges y sus padres tienen estudios universitarios.
Este fenómeno de emparejamiento selectivo contribuye significativamente a las desigualdades entre hogares de diferentes niveles educativos. De hecho, la desigualdad en Estados Unidos podría disminuir al menos una quinta parte si el emparejamiento selectivo en función del nivel educativo se redujera a los niveles de la década de 1960. Esto subraya cómo las dinámicas matrimoniales, lejos de ser neutrales, actúan como engranajes en la maquinaria de la estratificación social.
Cada vez hay menos hombres deseables
La dinámica de género en la elección de pareja pone de manifiesto preferencias femeninas bien definidas: en Estados Unidos, las mujeres con educación superior tienden a buscar hombres con ingresos significativamente altos. No obstante, cuando ellas superan a sus parejas en ingresos, afloran tensiones que a menudo derivan en resentimientos y en un incremento de la probabilidad de divorcio.
En términos generales, un meta-análisis basado en la teoría de la inversión parental mostró que las mujeres valoran más el estatus socioeconómico, la ambición y la capacidad de recursos en sus parejas que los hombres. Las mujeres en sociedades modernas con mayor desarrollo económico, especialmente aquellas con altos niveles de educación y empleo, tienden a priorizar características como la capacidad de cuidado y apoyo familiar («buen padre») sobre la provisión de recursos, pero los atributos de estatus y recursos siguen siendo relevantes. Algo que también queda de manifiesto en las preferencias mostradas en las citas online.
La pandemia ha agudizado este escenario, especialmente en centros urbanos donde las mujeres jóvenes superan económicamente a los hombres. No en vano, la brecha salarial entre los más jóvenes se ha cerrado por completo, según los últimos datos recién publicados por Eurostat correspondientes a 2022 (año en que finalmente la economía salió de la pandemia). De hecho, se ha cerrado con tanta intensidad que las mujeres jóvenes están cobrando ya más que los hombres (un 3,8% más que los hombres de la misma edad por cada hora trabajada).
Como hemos apuntado, las mujeres que ganan más, en promedio, buscan hombres que ganen tanto o más que ellas. En este sentido, las mujeres multimillonarias tienen una probabilidad significativamente mayor de estar casadas con hombres igualmente acaudalados en comparación con sus homólogos masculinos. Esta dinámica agudiza la competencia entre mujeres altamente calificadas, quienes compiten por un grupo reducido de hombres capaces de satisfacer sus expectativas económicas, estrechando aún más el círculo de posibilidades dentro de esta élite.
Simultáneamente, esta dinámica consolida el poder de los hombres de élite en las relaciones sexuales y afectivas. Mientras un creciente número de hombres fuera de estas esferas es percibido —o se percibe a sí mismo— como "imposible de casar" e incluso poco atractivo para relaciones casuales, aquellos que gozan de un alto nivel educativo, abundancia económica o perspectivas de movilidad social ascendente experimentan un auge sin precedentes en su atractivo relacional y sexual.
El declive de los hombres en general les otorga aún más poder para dictar las condiciones del sexo y las relaciones. En contextos con desequilibrios de género significativos, a medida que las proporciones se inclinan más hacia las mujeres, los hombres se vuelven menos propensos a comprometerse en las relaciones. Las mujeres, por su parte, pierden su confianza, se vuelven más permisivas sexualmente y se preocupan más por adaptarse a las preferencias aparentes de sus parejas masculinas deseables.
La carrera armamentística por complacer a la élite
¿Y qué quieren los hombres de élite? En general, tienden a preferir a mujeres que ganan menos que ellos y tienen un nivel educativo comparable o inferior. Esta realidad puede ayudar a explicar por qué, en contextos donde las oportunidades para las mujeres se acercan a la paridad respecto a la de los hombres, las diferencias de género en las elecciones profesionales en realidad aumentan en lugar de disminuir.
Es decir, en un mundo en el que las mujeres se esforzaran por conseguir los empleos mejor remunerados que pudieran, los hombres de la élite probablemente seguirían gravitando hacia aquellas mujeres que tuvieran comparativamente menos educación o ingresos que ellos, lo que haría difícil para las mujeres con altos ingresos conseguir una pareja masculina con altos ingresos, o tal vez cualquier pareja masculina estable (ya que, de nuevo, las relaciones en las que las mujeres ganan más que los hombres tienden a ser menos duraderas).
Las investigaciones revelan que los hombres con ingresos más altos tienen un 57 % más de probabilidad de casarse que aquellos con ingresos más bajos. En el caso de las mujeres, los ingresos están levemente relacionados de forma inversa con la probabilidad de matrimonio. Además, los hombres casados con ingresos elevados tienen menos probabilidad de divorciarse y, si esto ocurre, suelen volver a casarse con mayor frecuencia, a menudo con parejas más jóvenes. Por el contrario, las mujeres con ingresos altos tienen más probabilidad de divorciarse que aquellas con ingresos bajos, y el impacto de sus ingresos en la posibilidad de volver a casarse es aún incierto según los datos disponibles.
Es poco probable que muchas mujeres de élite elijan conscientemente carreras con menores ingresos para evitar ser penalizadas en el mercado de citas y matrimonio. Sin embargo, estos procesos de coordinación social son más sutiles y, en gran parte, aún poco comprendidos. Además, existen otros factores que influyen en la decisión de no optar por ciertas carreras altamente remuneradas, como los entornos laborales hostiles en sectores dominados simbólicamente por hombres.
Desde una perspectiva conductual, resulta evidente que esta tendencia de muchas mujeres a elegir carreras bien remuneradas, aunque no las más lucrativas, contribuye a que tanto hombres como mujeres heterosexuales encuentren parejas aceptables con ingresos elevados. Cuando estas parejas logran consolidarse, el ingreso familiar combinado suele ser significativamente mayor en comparación con un escenario en el que las mujeres de élite priorizaran maximizar sus ingresos individuales, pero tuvieran dificultades para encontrar parejas adecuadas o se vieran forzadas a «casarse hacia abajo» debido a que los hombres de élite también preferían hacerlo.
Más allá de las consideraciones de ingresos y educación, los hombres con un alto nivel educativo y ricos también tienden a estar mucho más preocupados que la mayoría por que sus parejas sean atractivas y estén físicamente en forma. Tal vez no sea una coincidencia que los estadounidenses con un alto nivel educativo, especialmente las mujeres con un alto nivel educativo, pasen una parte significativamente mayor de su tiempo libre haciendo ejercicio físico, sean mucho más conscientes de sus dietas y tengan más probabilidad de optar por procedimientos médicos cosméticos, a la vez que alientan a otras (es decir, a sus potenciales competidoras) a mostrarse como quieran y a disfrutar del tipo de cuerpo que tengan.
En muchas líneas de investigación, el panorama es claro: los tipos de mujeres que participan en las profesiones simbólicas parecen estar involucradas en una competencia intrasexual estética mucho más agresiva que los hombres en posiciones comparables o las mujeres menos elitistas.
En las profesiones simbólicas, las mujeres tienden a enfrentarse a una competencia intrasexual estética más intensa que los hombres en posiciones similares o mujeres menos elitistas. Esta competencia se compara en magnitud con las disparidades salariales observadas entre razas. La apariencia física, además, actúa como capital simbólico crucial, otorgando a quienes son percibidos como atractivos beneficios adicionales por el efecto halo: se les considera más inteligentes, confiables y competentes. Este efecto no solo mejora las percepciones sociales y facilita las relaciones interpersonales, sino que también concentra a individuos atractivos en profesiones donde estos atributos son altamente valorados. Así, no es sorprendente que los capitalistas simbólicos enfaticen mucho en la apariencia física, especialmente entre las mujeres, donde la competencia por compañeros masculinos adecuados intensifica aún más estas dinámicas.
Por todo ello, está claro que a muchas mujeres les resulta cada vez más difícil encontrar una pareja masculina aceptable, y que esta escasez es particularmente grave entre las mujeres con estudios universitarios (y también, estadísticamente, entre las mujeres afroamericanas, porque los hombres negros elegibles en muchos espacios son bastante raros; además, los análisis de datos de sitios web de citas muestran que los hombres no negros parecen evitar activamente a las mujeres negras como posibles parejas románticas, independientemente de la educación de estas mujeres o su estatus socioeconómico).
Según una investigación del Centro de Encuestas sobre la Vida Estadounidense del American Enterprise Institute, casi la mitad (45 %) de las mujeres solteras con un título universitario dicen que «no poder encontrar a alguien que cumpla con sus expectativas» es una de las principales razones por las que están solteras (y un 28 % adicional describe esto como una razón menor por la que siguen sin pareja). En contraste, solo un tercio de los hombres con educación universitaria, el 28 % de las mujeres sin título universitario y menos de una quinta parte de los hombres sin título universitario consideran que esto es un obstáculo importante para formar una relación.
Ante la escasez de hombres que ganan tanto o más que ellas, una proporción cada vez mayor de mujeres con un alto nivel educativo o ingresos elevados están posponiendo o abandonando por completo el matrimonio en lugar de casarse con un miembro de una clase social inferior. Mientras que los hombres fracasados se ven arrastrados a la cultura «incel», un número cada vez mayor de mujeres exitosas se identifican como «femcels» y se resignan al celibato indefinido, o bien deciden congelar sus óvulos para alargar su «reloj biológico» mientras mantienen la esperanza de encontrar una pareja aceptable.
Otras tantas, incluso, están ampliando sus horizontes sexuales: según Gallup, la proporción de estadounidenses que se identifican como LGTBQ ha aumentado un 60 % entre 2012 y 2020. El aumento es particularmente pronunciado entre las graduadas universitarias, y su cambio de orientación es generalmente hacia la bisexualidad. Son mujeres que, en general, seguirán teniendo citas con hombres, pero que mantendrán abierta la puerta a tener citas con mujeres habida cuenta de la escasez de hombres disponibles de su mismo nivel socioeconómico. No en vano, en términos de prosperidad familiar, las lesbianas tienden a ganar más que las mujeres heterosexuales. También, los niños criados por parejas casadas del mismo sexo tienden a superar a la mayoría de los demás en términos de logros educativos.
Los datos muestran que el desplome de las tasas de natalidad no obedece únicamente a decisiones individuales de tener menos hijos, sino a transformaciones sociales, económicas y demográficas más amplias. Tomemos como ejemplo Estados Unidos. Entre 1960 y 1980, el número promedio de hijos por mujer se redujo a la mitad, de casi cuatro a dos, mientras que la proporción de mujeres en pareja apenas disminuyó. Sin embargo, en las últimas décadas, la mayor parte de la caída de la natalidad no se atribuye a cambios en las decisiones de las parejas, sino a una notable disminución en el número de parejas. Si las tasas de matrimonio y cohabitación en Estados Unidos se hubieran mantenido constantes en la última década, la tasa de fertilidad total sería más alta hoy en día.
De hecho, desde 2001, la disminución de la fecundidad puede explicarse esencialmente por cambios en la composición matrimonial de la población. La probabilidad de tener hijos entre mujeres casadas, solteras y divorciadas, una vez controlados la edad y el estado civil, es similar a la de 2001. Sin embargo, actualmente, una proporción menor de mujeres contrae matrimonio durante los años de máxima fertilidad.
Naturalmente, muchas personas encuentran la felicidad en la soltería. La libertad de decidir cómo vivir la vida y con quién compartirla es algo admirable. Sin embargo, los datos generales sobre la soledad y las frustraciones relacionadas con las citas apuntan hacia una narrativa diferente. Además, las relaciones de pareja no solo son cada vez menos frecuentes, sino también más frágiles. Por ejemplo, en la igualitaria Finlandia, hoy en día es más habitual que las parejas que deciden convivir terminen separándose antes que teniendo un hijo.
Como explica magistralmente mi colega de plataforma Javier Jurado:
A pesar de estar más hiperconectados que nunca, vivimos para algunos en una creciente epidemia de soledad. Tanto, que así declaró la OMS hace un par de años este fenómeno como un preocupante problema de salud pública.
[…]
Las relaciones son más superficiales y efímeras. O directamente se desvanecen. Por supuesto, un problema complejo como el del invierno demográfico al que parecemos estar cada vez más abocados tiene múltiples causas. Cambio en los roles de género, problemas de acceso a la vivienda, precariedad laboral, emancipación tardía, aburguesamiento... Pero una de ellas, sin duda, es esta creciente soledad procurada, que hace que cada vez se formen menos parejas y matrimonios. Y que, incluso al margen de la estabilidad de las relaciones, el propio sexo esté declinando. Atomización y autosatisfacción en soledad.
James Mills abunda en los cambios de roles de género en otro artículo en Substack, desde un punto de vista más personal:
Las mujeres son maravillosas. Su propósito principal (biológico y colectivo) es tener hijos, y su propósito secundario es criarlos, ya sean propios o de la comunidad, a través de la crianza, la tutoría, la preparación, la enseñanza y el cuidado de los niños. Este es un hecho extrañamente desagradable para las feministas contemporáneas, pero es un hecho. No hay nada que las mujeres hagan por nuestra especie o nuestras sociedades que sea más importante o más irreemplazable que tener hijos. Las mujeres (creo) tienden a ser más honestas, más gentiles, más amables y más comprensivas que los hombres. También tienden a ser más reacias al riesgo, más ansiosas y menos competitivas. Son mejores cuidando a los pacientes y peores combatiendo guerras. Son mejores educando a los niños y peores manteniendo la infraestructura. Todas estas son generalizaciones, por supuesto. En definitiva, ambos sexos tienen sus propias funciones y especializaciones, y aunque nuestra sociedad ha erosionado muchas de las distinciones (algunas de las cuales son ciertamente buenas), eso no ha deshecho 900.000 años de evolución biológica y cultural.
La nueva aristocracia: ecos medievales en la hipergamia moderna
A lo largo de los siglos, la hipergamia (el acto o práctica de buscar cónyuge de mejor nivel social y/o económico) ha sido el eje alrededor del cual giraron las alianzas estratégicas que definían el destino de familias y linajes. En las edades pretéritas, cuando la supervivencia y la posición social dependían de las decisiones maritales, el matrimonio no era un acto de amor, sino un pacto de conveniencia. Las hijas de la nobleza eran ofrecidas como monedas en un mercado donde lo que se intercambiaba no eran solo recursos tangibles, sino también honor, linaje y, en última instancia, poder.
Aquella práctica medieval que unía casas y tierras bajo el estandarte de la prosperidad encuentra hoy un reflejo inesperado en las dinámicas de las élites contemporáneas.
Aunque hemos dejado atrás las reglas del feudalismo, las lógicas de la economía simbólica nos recuerdan que el deseo de ascenso y seguridad social sigue guiando muchas decisiones personales, tal y como señalan diversos estudios, incluso algunos transculturales. La hipergamia contemporánea, lejos de estar anclada únicamente en las posesiones materiales, abraza un espectro más amplio de valores: educación, influencia y redes de contactos. Como antaño, los matrimonios no dejan de ser alianzas estratégicas, tejidas ya no con apellidos y dotes, sino con títulos universitarios y estatus profesional. Por supuesto, la hipergamia no es un fenómeno absoluto ni inmutable, pero sí que determina en gran parte nuestras relaciones.
De este modo, si bien los castillos han sido reemplazados por despachos acristalados y los feudos por redes sociales, el objetivo sigue siendo el mismo: proteger, perpetuar y, cuando es posible, engrandecer el legado. Hoy, en un mundo menos regido por la sangre y más por el mérito y la elección personal, estos «pactos modernos» reflejan una búsqueda similar de seguridad y éxito en un paisaje social profundamente transformado por la economía simbólica.
Puf, no estoy de acuerdo con algunas de las cosas que dices, cuando se estudian una serie de variables y se observa que pueda haber una relación entre ellas, no significa que necesariamente estén correlacionadas, un ejemplo que puso un profesor que tuve hace años fue el número de nacimientos en Alcalá de Henares y el número de cigüeñas que allí habitaban, curiosamente podía parecer que ambas variables estaban relacionadas y alguien que únicamente se fijaba en los datos podía concluir que "el número de nacimientos estaba directamente relacionado con el número de cigüeñas que anidaban en la ciudad ". Creo que hay muchas otras variables que explican varios de los temas que señalas: la disminución de los nacimientos sí está relacionada con que las mujeres nos hayamos emancipado y tengamos mayores estudios, pero hay muchísimos otros factores; lo mismo que el incremento de los divorcios entre mujeres con mayor formación e ingresos, obvio, una mujer con hijos y peores salidas profesionales (mayor dependencia económica) no siempre lo tiene tan fácil, y así un largo etcétera.
Las palabras de James Mills son para darle de comer aparte, ahora resulta que nuestro papel en la vida está en gestar, parir, criar y cuidar, porque así ha sido durante siglos de opresión, ¿verdad?
Lo siento pero no te compro el discurso, y fíjate que al principio me estaba resultando bastante interesante, ya había leído algún estudio que iba en la línea de lo primero que decías, pero según he continuado leyendo no puedo estar más en desacuerdo contigo.
Aún así agradezco tu esfuerzo, este tipo de artículos llevan a la reflexión y al debate.
Aquí no se comenta que hay muchos hombres entre los hombres educados, sin atender a ingresos, que no quieren mujeres igual o más educadas que ellos. A los hombres en su mayoría les da miedo una mujer que no puedan controlar o una mujer que sientan que es "más lista" que ellos. Optan, por una con la que ellos se sientan mejor, es decir por encima. Ya sea por nivel de ingresos o por nivel educativo.
Los divorcios donde hay hijos se producen en su mayoría en los primeros tres años del bebé. ¿Por qué? Porque en esos casos el padre se borra. Si la madre puede salir adelante económicamente se separa, si no, traga.
Cada vez hay más mujeres educadas y cada vez hay más mujeres con ingresos. En esto lo que ha cambiado, que ahora muchas mujeres pueden decidir dejar de ser una "empleada sin sueldo" de sus maridos.