La perfección es simple masturbación
A vueltas con los consejos de Adam Grant para ser un pensador crítico, coherente y empático.
Acabo de encontrarme con un tuit de Adam Grant y no he podido resistirme a escribir las siguientes líneas.
Cada vez desconfío más de la razón. No solo me parece infinitamente más arduo de lo que comúnmente se asume hacer un uso genuino de ella, sino que, además, su ámbito de aplicación me resulta cada vez más limitado, restringido a contadas esferas de la existencia.
Sí, he escrito un libro titulado Sapienciología. Pero en él hablo de la sabiduría, que creo que no es exactamente la razón, y ni siquiera explico tanto cómo alcanzarla como la entelequia que supone tal anhelo.
La lista de consejos de Grant me parece acertada, pero de difícil aplicación. Un simple brindis al sol. Subo la apuesta:
Antes de tomar cualquier decisión, consulta todas las escuelas filosóficas relevantes, convoca un simposio de expertos en la materia, realiza un análisis de impacto ético a 500 años vista y somete tu resolución a votación popular entre personas de todas las culturas, edades y condiciones socioeconómicas para garantizar la imparcialidad absoluta.
Otra más:
Antes de opinar sobre cualquier tema, abandona tu vida durante una década, recorre el mundo en peregrinación intelectual, aprende todos los idiomas necesarios para leer las fuentes originales, sométete a un riguroso entrenamiento estoico para eliminar cualquier sesgo emocional y, solo cuando hayas alcanzado la iluminación absoluta, emite tu veredicto… pero en un susurro, para no influir indebidamente en la percepción de los demás.
Perfeccionismo
Decía Tyler Durden en Fight Club que la perfección es simple masturbación. Tenía algo de razón. A decir verdad, la persecución de objetivos, uno tras otro como forma de perfección, es un concepto muy reciente en nuestra cultura. Por ejemplo, en el año 1900, solo aparecía la palabra perfeccionismo en el 0,1 % de los libros publicados en inglés. En la actualidad, aparece en el 5 %, tal y como revela una simple búsqueda en Ngram Viewer de Google.
No se trata solo del uso de la palabra perfeccionismo o de la persecución de objetivos (goal pursuit), sino del mismo concepto que tratan de transmitir estas expresiones: por esa razón, todos los adjetivos de estos términos también han aumentado su uso desde el siglo XIX; misión, plan, meta, objetivo, esfuerzo. Sencillamente, hace un tiempo, la gente estaba más preocupada por sobrevivir que por alcanzar algún tipo de perfección.
Gracias a algunas apps instaladas en nuestro smartphone, además, podemos invertir pequeños segmentos de tiempo libre durante el día en toda clase de objetivos que resultan tan tentadores como una máquina tragaperras. Desde las apps de videojuegos hasta las distintas variantes de gamificación que incluyen las apps para entrenar, perder peso o aprender un idioma, la tecnología nos permite proponernos más retos que nunca, más diversos que nunca y de forma más invasiva que nunca.
Algunos de estos retos (como aprender un idioma) pueden ser beneficiosos, por ejemplo, para nuestra carrera profesional; otros, la mayoría, son tan inanes e improductivos como alinear cuatro figuras con forma de diamante en un juego aleatorio. El problema es que, a mayor cantidad de objetivos que cumplir, también mayor es la insatisfacción, como escribía el experto en comportamiento humano Oliver Buckerman en The Guardian:
Cuando ves la vida como una sucesión de metas que alcanzar, te encuentras en un estado de fracaso cuasi permanente. Pasas la mayor parte del tiempo alejado de lo que has definido como la encarnación del logro o del éxito. Y, en el caso de que lo alcances, sentirás que habrás perdido aquello que te proporcionaba un sentido de propósito, así que lo que harás será establecer un nuevo objetivo y empezar de nuevo.
Por si fuera poco, los diversos dispositivos tecnológicos que nos rodean tienen el poder de recordarnos continuamente nuestro propósito, hasta dónde hemos llegado, los pasos que hemos andado, los puntos que hemos acumulado, quiénes de nuestros contactos están por delante o por detrás de nosotros. Recibimos correos y notificaciones. Vibraciones. Sonidos pulsátiles tan apremiantes como el llanto de un bebé o el claxon en un embotellamiento.
Relájate
En cien años todos calvos.
Un poco más allá, el Sol se agigantará y devorará la Tierra.
Naturalmente, sigue viviendo. Pero no olvides que vas a morir. Que todo va desaparecer.
No es una posición nihilista, sino una advertencia acerca de tus obsesiones.
Vivimos en la era de la autooptimización. Hay listas para ser más productivo, más racional, más crítico, más ecuánime, más saludable, más eficiente, más todo. Nos convencemos de que podemos ser versiones mejoradas de nosotros mismos si aprendemos a reconocer cada sesgo cognitivo, a pulir cada rincón de nuestra lógica defectuosa, a desterrar cada rastro de incoherencia de nuestro pensamiento. Queremos convertirnos en máquinas infalibles de razonamiento puro, inmunes a la contradicción, impermeables al autoengaño.
Pero aquí está la verdad incómoda: no vas a lograrlo. Nadie lo logra. No eres un algoritmo, eres un ser humano. La vida no es ajedrez, es póquer. La existencia no es un test de sesgos ni una simulación de debate académico donde ganas puntos por tu imparcialidad quirúrgica. No hace falta que cada mañana leas una carta de instrucciones sobre cómo vivir tu vida, como si fuera un programa de ordenador, porque no eres un ordenador. Eres un caos lleno de contradicciones, emociones torpes y decisiones tomadas con el estómago en vez de con la cabeza.
Así que relájate. Di tonterías de vez en cuando. Sé incoherente sin castigarte demasiado. Es más importante tu cognición social que tu cognición epistémica: la vida no te pide ser perfecto, sino ser soportable para los demás. No sabes nada, ni nunca lo sabrás, y todo lo que crees que entiendes ahora mismo probablemente esté a años luz de la verdad. No busques listas para ser más perfecto. Busca listas para aprender a vivir contigo mismo y, sobre todo, con los demás. No seas un pelma.
Si aún así no te has convencido, aquí extiendo mi lista de consejos para ser mejor de lo que eres, Adam Grant style:
Antes de decir “buenos días”, verifica con un equipo de lingüistas que la frase no pueda ser malinterpretada, consulta a meteorólogos para asegurarte de que el día realmente es bueno y pide permiso a un comité de ética para no ofender a nadie con tu optimismo desmedido.
Cada vez que alguien te haga una crítica, en lugar de defenderte, agradece con tal humildad que la persona termine sintiéndose culpable por haberte señalado el fallo y, en un giro inesperado, acabe pidiéndote perdón a ti.
No solo escucha las opiniones contrarias a la tuya, sino que aprende a defenderlas con tal maestría que en los debates terminas refutando tu propio argumento y ganando en nombre de tu adversario.
Sé tan paciente que, si alguien te interrumpe en medio de una frase, esperes en completo silencio el tiempo que sea necesario hasta que termine de hablar, aunque pasen años y se trate de un monólogo interminable sobre su serie favorita.
Vive con tanta coherencia que, si alguna vez dices algo ligeramente contradictorio, los físicos cuánticos tengan que replantearse la estabilidad del universo.
Haz un buen brindis al sol.
Ocho años tenía mi hija cuando un día, recogiendo la mesa, se le rompió un plato.
Le expliqué la expresión: "tan bueno, que nunca ha roto un plato en su vida"
Y me dijo: "Eso es imposible: si no ha roto un plato, es que nunca ayuda a recoger"
Eso sí que fue sabiduría infantil.
Brillante. Me quedo con dos frases: "La vida no es ajedrez, es póquer" y "no seas pelma". 😄