Estamos siendo demasiado alarmistas con el impacto de las redes sociales
No es el tiempo en las redes lo que podría estar afectando a los jóvenes, sino más bien ciertos comportamientos y el contenido al que están expuestos.
Según la OMS, se estima que aproximadamente el 13% de los adolescentes de entre 10 y 19 años sufren algún tipo de trastorno mental y que no dejan de aumentar, siendo la depresión una de las principales causas de enfermedad y discapacidad entre este grupo de edad. ¿Las redes sociales son realmente el villano detrás de este aumento de la prevalencia de tales trastornos? Si bien la narrativa popular insiste en que estas plataformas son nocivas para el bienestar mental de los adolescentes, un reciente metaanálisis de 46 estudios desafía esta creencia ampliamente difundida.
Los resultados revelan que no hay evidencia concluyente que apoye las afirmaciones sobre los efectos perjudiciales del uso de redes sociales en trastornos como la ansiedad o la depresión, lo que sugiere que quizá hemos estado apuntando al blanco equivocado.
El miedo a la tecnología
«En la memoria del hombre, ningún invento y ningún trabajo, ya sea dirigido a la imaginación o al entendimiento, produjo jamás tal efecto. Una manía universal por el instrumento se apoderó de todas las clases, desde las más bajas hasta las más altas, desde las más ignorantes hasta las más sabias».
Esta crítica a una nueva tecnología no es reciente. De hecho, tiene más de un siglo. Forma parte de un extenso reportaje publicado en The Philosophical Magazine and Journal e iba dirigido a un nuevo artilugio que se había puesto de moda: el caleidoscopio, un tubo con espejos y fragmentos de colores en su interior que, al girarlo, crea patrones simétricos y cambiantes.
La gente usaba tanto tiempo aquel juguete que, incluso, lo usaba mientras caminaba por la calle, sin prestar atención a los obstáculos que salieran al paso, tal y como ahora ocurre con el smartphone. Uno de sus críticos más acérrimos fue el poeta romántico inglés Percy Shelley, y que sostuvo en una carta a un amigo: «Tu caleidoscopio se ha extendido como la peste en Livorno. Creo que toda la ciudad se ha entregado al caleidoscopismo».
Desde Sócrates criticando la escritura por preferir la oralidad hasta Jonathan Swift temiendo que la imprenta devaluara la calidad de los textos, cada nueva tecnología ha sido recibida con escepticismo. Lo mismo ocurrió con la bicicleta, condenada por las iglesias por desconectar a las personas de sus comunidades y ser vista como un símbolo de emancipación femenina. Con la llegada del telégrafo y, más tarde, el teléfono, se repitió el patrón: hubo quienes lo criticaron por socavar la vida social y fomentar conversaciones banales, creyendo que reduciría la necesidad de reunirse en persona.
El escritor de ciencia ficción Douglas Adams resumió satíricamente cómo los avances tecnológicos nos impactan según nuestra edad: lo que ya existe al nacer es normal; lo inventado antes de los treinta es emocionante y puede definir nuestra vida; y lo creado después de los treinta parece una amenaza al orden natural, hasta que, tras una década, se vuelve parte de la normalidad.
El impacto real de las redes sociales
Es probable que los mensajes alarmistas y los temores que acompañaron a los grandes avances del pasado estén resurgiendo ahora con las redes sociales. Sin embargo, esto no implica que estas carezcan de aspectos negativos, sino que, quizás, estamos debatiendo cuestiones que aún no cuentan con una base científica sólida. Un ejemplo de ello es la afirmación de que las redes sociales están socavando la salud mental de sus usuarios.
Según el metaanálisis citado, dirigido por Christopher J. Ferguson, codirector del Departamento de Psicología en la Universidad de Stetson (Florida), no se ha encontrado evidencia que respalde una relación clínicamente significativa entre el tiempo dedicado a las redes sociales y problemas de salud mental en jóvenes. De hecho, el efecto observado fue tan pequeño que podría considerarse ruido estadístico, independientemente de variables como el sexo, el tipo de estudio o el origen de los datos.
Frente a las alarmas sociales y advertencias de algunas organizaciones profesionales, los autores sostienen que estos resultados revelan una tendencia a la exageración y al pánico moral en torno a las nuevas tecnologías. No es el tiempo en las redes lo que podría estar afectando a los jóvenes, sino más bien ciertos comportamientos y el contenido al que están expuestos. Por tanto, proponen que futuras investigaciones se enfoquen en aspectos más específicos de las interacciones en redes sociales en lugar de centrarse únicamente en el tiempo que se pasa en ellas.
Las implicaciones de este trabajo son profundas. A nivel de políticas, restringir el acceso a las redes sociales por edades, como algunas propuestas sugieren, no cuenta con un respaldo empírico sólido. En cambio, enfoques más constructivos, como la educación en alfabetización digital y el fomento de prácticas saludables en el uso de redes, parecen más prometedores. Los autores también sugieren que es vital reevaluar los mensajes públicos, ofreciendo una perspectiva más matizada que evite fomentar temores infundados.
En la misma línea se ha pronunciado un reciente editorial de The Lancet: no existe un vínculo significativo entre el uso de las redes sociales y los problemas de salud mental en los jóvenes. Existen factores más profundos, como la pobreza y la desigualdad, que tienen un impacto mucho mayor. Es necesario hacer un llamamiento para abordar las causas subyacentes de estas afecciones en lugar de culpar exclusivamente a la tecnología o limitar su acceso a los niños. Al contrario, deberíamos aprender a aprovechar su potencial de forma constructiva. De hecho, para algunos jóvenes las redes sociales pueden ser beneficiosas, dado que facilitan las conexiones de quienes están aislados, proporcionan redes de apoyo en línea y ofrecen terapias.
Otros riesgos
Por supuesto, las redes sociales no son inocuas. Algunos estudios las han asociado con la expansión de la desinformación, pues permiten que las noticias falsas se propaguen más rápido que las verdaderas, lo cual puede afectar negativamente al debate público.
Otras investigaciones han demostrado que el uso continuo de redes sociales puede reducir la capacidad de atención y afectar la memoria a corto plazo, así como incrementar el aislamiento social percibido entre los usuarios. Además, los estudios de Jasmine Fardouly subrayan que las redes sociales pueden promover la insatisfacción corporal y están vinculadas al desarrollo de trastornos alimentarios. Aunque no se trata de un fenómeno unidimensional, estos hallazgos invitan a una mayor reflexión sobre los posibles riesgos de un uso inmoderado de las redes sociales, aunque solo sea en lo tocante al consumo de determinados contenidos.
Porque, en suma, todas las tecnologías comportan riesgos, pero también beneficios. La cuestión estriba en no inclinarnos hacia un lado de la balanza sin tener en cuenta el otro. No comportarnos como Swift cuando dijo que la imprenta devaluaría la calidad de la prosa de los libros, pero tampoco abstraernos de los verdaderos riesgos.
—Publicado originalmente en National Geographic.
Un texto muy valiente Sergio. Y esto de acuerdo contigo. Es habitual escuchar mensajes alarmistas por doquier. Para mi, se juntan dos cuestiones principalmente. La primera es lo que decía Conquest sobre que todo el mundo es conservador con aquello que mejor conoce. La disrupción de las nuevas tecnologías, y con ellas, de las redes sociales, ha cambiado el entorno social donde niños y jóvenes se relacionan. Un niño o un adolescente en la década de los 90 se relacionaba de una forma mucho más parecida a aquellos nacidos en los años 80 que a aquellos nacidos a principios de milenio. Con aquellos nacidos en torno al 2010, la brecha se agranda bastante más. El mundo ha cambiado rápidamente y las personas somos temerosas ante aquello que no conocemos.
En segundo lugar, creo que existe cierto problema a la hora de interpretar la evidencia empírica por parte del público general. Y lo que es peor, el uso partidista por el poder político de utilizar aquellas que se acomodan a sus creencias. Un estudio aislado no puede ser suficiente para tomar decisiones de trascendencia en políticas públicas. Y mucho menos retorcer ciertos resultados para pretender que se diga lo que no se dice. Con las redes sociales y su prohibición por parte de algunos países tengo esta sensación. Parece que se están tomando ciertas medidas drásticas sin tener toda la información en la mesa. Puede que exista un problema si, pero también creo que lo más importante es identificarlo correctamente.
Estoy con Ménez en cuanto al alarmismo que se genera, que me parece que se utiliza con objetivos que van más allá de la preocupación y tienden a mostrar sesgos particulares.
Con todo y con eso, me parece relevante analizar bien la cuestión, porque el uso de redes es una experiencia relativamente reciente y, por tanto, no existen datos temporales tan precisos como en el estudio de otras «adicciones» similares. Ciertamente, a lo largo de la historia nos hemos visto expuestos a un sinfín de avances tecnológicos, algunos realmente disruptivos, pero quizá nunca lo hemos abordado con la rapidez y globalidad con la que lo estamos experimentado ahora. No quiero pecar de ludita en absoluto, pero me pregunto si estos factores sociotemporales se están teniendo en cuenta a la hora de abordar este asunto.