Eres una mala persona y (no) lo sabes
Íñigo Errejón es algo más que bueno o malo: es el fruto podrido de unas expectativas inalcanzables y una lealtad moral de grupo hemipléjica.
Lo que sucede hoy con los partidos de izquierda, con el caso Errejón a modo de mascarón de proa, desvela de manera cruda las contradicciones de la política parlamentaria progresista. Ocho años de discursos feministas se desmoronan frente a la inacción ante abusos silenciados, que muchos conocían y nadie afrontó. Este episodio es solo la punta de un iceberg compuesto de grandes promesas y escasa voluntad de aplicarlas.
No se trata de una indiferencia absoluta. Quizá les preocupe el fondo de estos problemas, pero han invertido tanto en construir discursos que parecen haberse quedado sin herramientas para trasladarlos a la realidad. El virtuosismo moral te empuja a una carrera armamentística moral de la que nadie puede quedar a salvo, porque construye ideales de comportamiento que solo existen en la imaginación. Por esa razón, tenemos una clase política de izquierdas que pretende salvar el mundo, aunque ni siquiera logra salvarse a sí misma.
No sabemos hasta en qué medida Íñigo Errejón es un monstruo, pero el «yo sí te creo, hermana» no permite ninguna elucidación. Loreto Arenillas, señalada por mediar a favor de Errejón frente a una víctima, también ha sido cesada por Más Madrid. Arenillas acusa a la formación de quitarle la «presunción de inocencia», la misma que ella quitaba a otros señalados por su dedo moral.
La moral, ese código elevado que pretende guiar al ser humano hacia lo que es justo y verdadero, ha sido paradójicamente la chispa de las más brutales guerras y conflictos. En su nombre, imperios se han levantado y civilizaciones han caído; ideologías enfrentadas han convertido la tierra en un campo de batalla donde el bien y el mal se confunden y se entremezclan, hasta hacerse indistinguibles.
La moral tiene el poder de justificar lo peor, precisamente porque se envuelve en el ropaje de lo mejor. Y este defecto se amplifica en un mundo donde el consumo conspicuo ha sido sustituido por la cognición conspicua: aquí gana estatus social el que se presenta como más inmaculado y exige la misma falta de mácula a todo el mundo, olvidando que el ser humano no es perfecto, y dista de serlo.
Todos somos morales. De hecho, el problema es que nuestra moral, como nuestro código indumentario, nuestra lengua o nuestra cosmovisión, responde a la ecología, al contexto, a la interacción social, y por tanto es proteica y diversa. Aunque podamos acordar que hay ideas moralmente buenas per se («matar está mal»), es su aplicación lo que depende de la idiosincrasia (desde una guerra santa hasta disparar a alguien que entra en nuestra vivienda).
Lentes morales
En un reciente análisis, Morality in Our Mind and Across Cultures and Politics, se propone que las diferencias morales entre individuos y grupos se fundamentan en gran medida en las distintas concepciones de lo que constituye el daño, es decir, en cómo se percibe y qué aspectos o valores se consideran vulnerables.
Estas diferencias en la percepción del daño son clave para entender los conflictos y las incomprensiones entre personas con sistemas de valores divergentes. Veamos cómo se expresan estas discrepancias en términos de cultura, cognición y política:
Cultura: las «ontologías del sufrimiento» de Richard Shweder proporcionan un marco esencial para comprender cómo las culturas diversas configuran su percepción del daño. Según Shweder, cada cultura define el daño en función de ciertos valores fundamentales y concepciones de lo que es «sagrado». Por ejemplo, en algunas culturas, el daño se asocia principalmente con la violación de tabúes o la transgresión de lo sagrado, como profanar un lugar de culto o deshonrar un símbolo religioso. En tales contextos, el daño se percibe no solo como una ofensa personal, sino como un atentado contra el equilibrio moral de la comunidad. Este tipo de percepción hace que los actos considerados profanos sean condenados moralmente, ya que se cree que atentan contra el bienestar espiritual o moral colectivo.
Cognición: a nivel cognitivo, la psicología sugiere que la mente humana está orientada hacia un modelo de juicio moral que enfatiza el daño. Esto explica el fenómeno del «pluralismo moral», donde las personas pueden mantener diversas ideas sobre lo que es moral o inmoral, pero en muchos casos, la percepción de daño es la variable clave que influye en el juicio moral. Los estudios muestran que, independientemente de la cultura o el contexto, cuando las personas perciben que un acto causa daño a otros, tienden a condenarlo moralmente. Esto se debe a que la percepción de daño activa respuestas emocionales y cognitivas muy poderosas, que llevan a evaluar y condenar conductas incluso si estas no violan explícitamente normas o valores tradicionales.
Política: en el ámbito político, las suposiciones sobre quién es vulnerable al daño son cruciales para entender el desacuerdo ideológico. Investigaciones recientes sugieren que los liberales y los conservadores suelen tener nociones distintas de quién es más vulnerable y, por tanto, quién merece una protección especial. Los liberales, por ejemplo, pueden considerar que ciertos grupos marginados son especialmente susceptibles al daño estructural o sistémico, mientras que los conservadores pueden enfocarse en la vulnerabilidad de grupos como las familias tradicionales frente a cambios culturales. Estas diferencias en la percepción de vulnerabilidad contribuyen a que cada grupo priorice diferentes políticas y medidas de protección.
Dicho en román paladino: si deseas comprender por qué, por ejemplo, tu suegro tiene una visión política distinta a la tuya, o por qué un estudiante de intercambio parece dar importancia a valores diferentes, el mejor enfoque es explorar sus percepciones sobre qué constituye el daño y quién es vulnerable. Este conocimiento sobre la percepción del daño y la vulnerabilidad no solo facilita una mejor comunicación, sino que también ayuda a desentrañar la lógica interna de los juicios morales de los demás, revelando las raíces de sus valores éticos y su posicionamiento político.
Juicios pragmáticos y juicios hedónicos
El estudio Shifting Evaluative Construal arroja luz sobre cómo los seres humanos formulan juicios afectivos a partir de tres enfoques distintos: moral, pragmático y hedónico. A través del uso de neuroimagen, los investigadores descubrieron que, aunque estas evaluaciones comparten una base cerebral común en áreas vinculadas a la emoción, como la amígdala y la ínsula, las evaluaciones morales activan regiones adicionales, entre ellas la corteza orbitofrontal y la unión temporoparietal. Esto sugiere que los juicios morales involucran un procesamiento más sofisticado, relacionado con la integración de recompensas sociales y la planificación de acciones, distinguiéndolos de los juicios pragmáticos o hedónicos.
El estudio respalda así un modelo híbrido en el que los tres tipos de evaluaciones afectivas se sustentan en una arquitectura neural compartida, pero las morales requieren redes neuronales complementarias. Curiosamente, se observó que los juicios morales provocaban respuestas más rápidas y extremas, especialmente en aquellos participantes cuyas creencias morales estaban profundamente entrelazadas con sus decisiones. Esto sugiere que los juicios morales no solo se basan en la emoción, sino que involucran un cálculo más profundo de valor social, lo que los diferencia cualitativamente de las evaluaciones pragmáticas, que tienden a ser más funcionales, o las hedónicas, más orientadas al placer inmediato.
Adicionalmente, la investigación revela que, aunque la emoción es un componente esencial en todas las formas de juicio, las evaluaciones morales están más intrínsecamente ligadas a la cognición social y la distinción entre el «yo» y los «otros». Esto involucra regiones cerebrales relacionadas con la empatía y el reconocimiento emocional, sugiriendo que los juicios morales son más sensibles al contexto social y requieren una integración más compleja de valores afectivos y recompensas sociales que los juicios pragmáticos o hedónicos.
El altruismo sirve para ganar estatus
Un reciente estudio, Displaying Altruism as a Sexual Signal in Human Mate Choice is an Adaptation, presenta una visión interdisciplinaria sobre el papel del altruismo en la selección sexual humana. El altruismo, a pesar de su aparente contradicción con la lógica evolutiva de maximización del beneficio individual, se perfila como una señal adaptativa en el contexto de la elección de pareja.
Este estudio plantea que, en diversas culturas y contextos, las personas altruistas son consideradas más deseables para relaciones a largo plazo, lo cual sugiere que el altruismo actúa como un indicador de calidad en la pareja. Esta preferencia puede estar basada en la percepción de que los altruistas son más capaces de proveer y cuidar, rasgos valiosos desde una perspectiva evolutiva.
A nivel neurofisiológico, el altruismo está vinculado con la activación de áreas cerebrales relacionadas con la empatía y la recompensa, lo que refuerza su papel en la creación de lazos afectivos profundos. Sin embargo, la evidencia genética y filogenética sobre este fenómeno aún es limitada, lo que sugiere la necesidad de más estudios en estos campos.
En resumen, el altruismo como señal sexual se postula como una adaptación compleja, influenciada tanto por factores biológicos como sociales, y que ha evolucionado no solo para promover la cooperación, sino también para mejorar las oportunidades reproductivas.
Virus woke
Las buenas personas, las que se presentan como particularmente tolerantes con algunas minorías, las que están más despiertas a nivel moral y empático, irónicamente, han resultado ser mucho más intolerantes en general con todas las ideas que no encajan con su cosmovisión. En vez de aplaudir la pluralidad y la diversidad, solo aceptan un tipo de pluralidad y un tipo de diversidad. Los que piensan diferente, pues, son censurados, castigados, defenestrados, despedidos, cancelados. Bertrand Russell escribió con gran tino: «Infligir crueldad con buena conciencia es un deleite para los moralistas, por eso inventaron el infierno».
En ese sentido, una investigación británica ahonda en la idea de que los jóvenes tienen cada vez más miedo de expresar puntos de vista controvertidos y la mayoría de ellos han excluido a alguien por sus opiniones políticas. Un estudio de Frank Luntz revela que el 52% de los adultos menores de 30 años confesaron haber dejado de hablar con alguien en persona o online debido a algo político que dijeron. La investigación también ahonda en la idea de que la «cultura woke» es una de las tres principales causas de preocupación entre los votantes. Su estudio revela que, si bien el 15% de las personas estaban orgullosas de ser woke, el 30% se oponía firmemente y un 27% adicional creía en sus objetivos, pero no le gusta la forma en que el término se había politizado.
Ahora, varios millonarios, hartos de la politización e ideologización de educación superior en Estados Unidos, han decidido crear una universidad libre de todo lo woke. Son varias fortunas de Estados Unidos, entre las que se encuentran nombres como Harlan Crow, Jeff Yass, Peter Thiel y John Arnold, las que se han embarcado en la creación de la Universidad de Austin, que ha abierto sus puertas por primera vez este curso y cuenta ya con 92 alumnos.
Algunos, como el inversor Len Blavatnik, accionista mayoritario de Warner Music, incluso han dejado de donar a la Universidad de Harvard, donde estudió para contribuir a la nueva universidad. Recordemos que Harvard ha sido calificada como la peor universidad de Estados Unidos en lo tocante a la libertad de expresión, con una puntuación de cero sobre 100. Lo cual no deja de ser irónico si releemos el discurso inaugural del presidente de Harvard, Charles W. Eliot, en 1869:
La noción de que la educación consiste en la inculcación autoritaria de lo que el maestro considera verdadero puede ser lógica y apropiada en un convento o en un seminario para sacerdotes, pero es intolerable en las universidades y en las escuelas públicas.
Amoralidad
A fin de evitar la guerra moral, no debemos persistir en imponer nuestros prismas morales porque parecen más buenos o ciertos, sino que conviene aceptar que pueden existir otros prismas. ¿Cómo lo logramos? Debatiendo sin moralizar el debate. En la medida de lo posible, es funcional amoralizar, en vez de moralizar o inmoralizar. El virus woke existe sencillamente porque hemos dado carta de naturaleza a la moralidad, cuando esta es el origen de los mayores conflictos, guerras y genocidios de la historia de la humanidad.
Steven Pinker habla en estos términos de este proceso de amoralización o des-moralización a fin de convertir cosas que están infectadas de moralidad o moralina de cierta neutralidad, para así combatir un proceso de moralización que consiste en introducir cosas previamente neutras dentro del campo moral:
De hecho, parece existir una Ley de Conservación de la Moralización, de modo que a medida que se sacan viejas conductas de la columna moralizada, se añaden otras nuevas. Docenas de cosas que las generaciones pasadas trataban como asuntos prácticos son ahora campos de batalla éticos, como los pañales desechables, los tests de coeficiente intelectual, las granjas avícolas, las muñecas Barbie y la investigación sobre el cáncer de mama. La alimentación por sí sola se ha convertido en un campo minado, con críticos que sermonean sobre el tamaño de los refrescos, la química de la grasa, la libertad de los pollos, el precio de los granos de café, las especies de pescado y ahora la distancia que ha recorrido la comida desde la granja hasta el plato.
Lo moral lo contamina todo porque se ha convertido en un bien conspicuo, a lo Veblen, que otorga estatus a quien lo enarbola. El verdadero monstruo no es Errejón, sino su faceta de aliade que, como tantas otras, revelan cadáveres en el armario. Los peligros de la moral, que diría Pablo Malo, nos asolan.
No sabemos hasta qué punto amoralizar el espacio público, para que se parezca menos al confesionario de una iglesia, podría reducir el número de monstruos forjados por una dinámica en la que mostrarse como muy concienciado y comprometido moralmente se ha convertido en algo muy valioso, como adquirir un Lamborghini y pasearlo por el centro de la ciudad con el último tema de Puff Daddy a toda pastilla. Pero, al menos, deberíamos intentarlo.
Muy interesante, Sergio. Y da para un buen debate. Creo, no obstante, que advertir solo los peligros del moralismo excesivo, oculta el enorme peligro al que se asoma una sociedad que desacredita toda moral. Como si la forma de “morar” el mundo, la manera en que decidimos “habitarlo”, es decir, construyendo costumbres y hábitos, mores, no fuera un ingrediente connatural al ser humano. Porque si todo es relativo y no hay moral, entonces lo que se impone es la ley del más fuerte.
¡Qué buenísimo, Sergio!