Todas las capacidades intelectuales humanas están interconectadas, un fenómeno que los psicólogos denominan factor g, estrechamente vinculado al cociente intelectual. En términos simples, quien destaca en matemáticas tiene más probabilidades de sobresalir en escritura, y viceversa. Por ejemplo, las puntuaciones verbales y matemáticas del SAT presentan una correlación de 0,72, lo que sugiere un fuerte, aunque no absoluto, vínculo entre ambas habilidades.
Por supuesto, hay excepciones. Hay escritores brillantes incapaces de resolver una ecuación y genios matemáticos con un dominio limitado del lenguaje. También están los llamados «sabios idiotas», con una destreza extraordinaria en un área concreta y una inteligencia mediocre en el resto. Pero esto no refuta la correlación, sino que simplemente refleja su naturaleza probabilística: 0,72 no es 1,00.
¿La inteligencia también está relacionada con la moral? En parte, aunque menor medida.
A primera vista, la inteligencia y la moral parecen dominios distintos: una mide la capacidad de razonar y resolver problemas; la otra, la capacidad de actuar con justicia, empatía y virtud. Sin embargo, las personas con mayor inteligencia tienden a tomar decisiones morales más complejas y menos impulsivas, posiblemente porque pueden anticipar mejor las consecuencias de sus actos y considerar perspectivas más amplias.
No obstante, la relación dista de ser absoluta. Un intelecto brillante puede usarse tanto para el bien como para el mal; la historia está repleta de mentes prodigiosas que diseñaron sistemas filosóficos humanistas, pero también de genios que perfeccionaron mecanismos de opresión. La inteligencia, en este sentido, puede afinar la brújula moral, pero no garantiza que esta apunte en la dirección correcta.
Y aquí está el quid de la cuestión: en determinar lo que es una «brújula moral» y lo que significa exactamente que esté apuntando en la «dirección correcta».
Gafas para ver de lejos o de cerca
La política, en muchos aspectos, es el reflejo de un antiguo dilema moral, semejante a un defecto de visión: ¿debemos enfocar nuestra mirada en los horizontes lejanos o atender con claridad lo que tenemos cerca? Como la presbicia o la miopía, esta tensión entre universalismo y parroquialismo condiciona la manera en que distintos sectores perciben el mundo. La izquierda tiende a usar unas gafas que le permiten ver con nitidez las injusticias distantes, mientras que la derecha, con su enfoque más próximo, se concentra en preservar el orden y el bienestar del hogar. No es solo una diferencia en el discurso: es una divergencia en la propia manera de mirar la realidad.
Mientras la izquierda actúa como un cartógrafo que traza mapas sin fronteras, ampliando su esfera de preocupación a causas globales, la derecha prefiere reforzar los muros del castillo, priorizando la defensa de lo propio. Esta diferencia se percibe en todos los ámbitos del debate: la izquierda aboga por la acogida de migrantes, la cooperación internacional, la lucha contra el cambio climático o la protección de minorías en cualquier rincón del planeta. La derecha, en cambio, pone el foco en la unidad nacional, la preservación de las tradiciones y la seguridad frente a lo que considera desafíos externos.
El contraste es evidente en los discursos políticos. Cuando PSOE y Sumar hablan de justicia social, lo hacen en términos amplios, defendiendo derechos universales y la necesidad de atender a los más vulnerables sin distinción de origen. En el otro extremo, PP y Vox enmarcan sus propuestas en una defensa de «los nuestros», cuestionando medidas como la sanidad para inmigrantes irregulares o el gasto en cooperación internacional mientras persisten problemas internos.
Y esta dicotomía, como se ha apuntado, responde a diferencias profundas en la psicología moral de ambos enfoques.
Dos formas de ver el mundo: el refugio seguro y la travesía incierta
Más allá de la política, el universalismo y el parroquialismo expresan modos distintos de estructurar el pensamiento con ecos del conflicto de visiones que ya planteó Thomas Sowell. La derecha valora la estabilidad, la identidad y el orden, como un marinero que confía en el puerto seguro de la tradición. Su círculo moral es más estrecho, protegiendo primero a la familia, la comunidad y la nación antes de mirar hacia afuera.
La izquierda, en cambio, es como un explorador que prefiere los mapas sin líneas fijas. Tiende a ser más tolerante a la ambigüedad, más abierta a lo nuevo y más dispuesta a extender la moralidad a comunidades cada vez más amplias, desde la sociedad en su conjunto hasta el planeta entero.
Estos patrones tienen un respaldo en la psicología política, como este reciente estudio publicado en Nature. La Teoría de los Fundamentos Morales refuerza esta idea: la derecha enfatiza valores como la lealtad, la autoridad y la tradición, mientras que la izquierda pone en el centro la equidad y el bienestar colectivo.
Así, en la siguiente imagen, podemos contemplar dos mapas de calor que representan la asignación moral de las personas según su ideología: conservadores (izquierda) y liberales (derecha). Básicamente, ilustra cómo de amplia es la "esfera moral" de cada grupo, es decir, a quién consideran más merecedor de consideración y cuidado moral.
Las líneas concéntricas representan diferentes categorías de seres a los que se les asigna valor moral, desde los más cercanos (familia inmediata) hasta los más lejanos (toda la existencia). Los colores indican la intensidad de la asignación moral:
Rojo: alta asignación moral.
Azul: baja asignación moral.
Un equilibrio necesario
El choque entre universalismo y parroquialismo no es una batalla reciente ni exclusiva de España. Es una tensión inherente a la evolución de cualquier sociedad. Lo interesante es que ambas posturas tienen sus fortalezas y sus riesgos.
El universalismo impulsa sociedades más abiertas e inclusivas, pero, si se empuja al extremo, puede propiciar una sensación de desconexión con las raíces y promover el rechazo de quienes se sienten desplazados por los cambios. El parroquialismo, por su parte, refuerza la cohesión interna y protege las identidades locales, pero puede derivar en exclusión y resistencia a la transformación.
Al final, la estabilidad de una sociedad no se consigue eligiendo entre una brújula u otra, sino encontrando la forma de combinar ambas. Un universalismo sin arraigo se disuelve en la abstracción. Un parroquialismo sin apertura se convierte en un encierro.
La clave reside en gestionar sabiamente estas fuerzas de manera complementaria, evitando que se enfrenten como si fueran rivales irreconciliables. Pero eso es francamente difícil, de modo que nuestras controversias morales distan de resolverse, y es muy posible que no lo hagan jamás. Sobre todo si atendemos a memes con el siguiente:
Los políticos de hoy no buscan el "centro" sino la polarización
Porque es mucho más fácil gobernar a un pueblo fanatizado que a uno que te puede cuestionar, se trata de poder...
El discurso de extrema izquierda actual hace aguas porque ya nadie "muere de hambre" así que se inventan nuevas lucha sociales pervirtiendo el mensaje y causando injusticias sociales que al medio plazo son malas para la mayoría
El mensaje de Trump es también muy fanatizado,
dividir en izquierda o derecha hoy es difícil también porque todos se adueñan de lo "más popular" de ambos movimientos...