Queremos formar parte de un grupo, pues la condena al ostracismo es la muerte. Pero las dinámicas grupales aumentan exponencialmente la inclinación sistemática a error, al igual que ocurre en muchas sectas. Ya lo dijo sarcásticamente Ambroce Bierce al definir ‘referéndum’ en su Diccionario del diablo: «Ley que se somete a voto popular para constatar el consenso de la insensatez pública».
La disyuntiva, pues, se reduce a la del «susto o muerte». Estar mal solos, o equivocados acompañados.
Por supuesto, cuando hablamos de grupos nos referimos a cualquier conjunto homofílico en algún punto que crea cohesión intragrupal a expensas de crear fricción intergrupal. En El verdadero creyente, Eric Hoffer lo expresa así:
No solo hay divisiones entre las razas, las naciones, las clases y las religiones, sino también una casi incomprensión entre los sexos, los viejos y los jóvenes, los enfermos y los sanos. No habría sociedad si la convivencia dependiera de comprendernos unos a otros.
Por consiguiente, en cualquier hábitat no solo hay un grupo, sino diversos subgrupos que pueden estar más o menos vinculados por diversos factores, como en un diagrama de Venn. Por consiguiente, las fricciones entre ellos, es decir, las exogrupales, son inevitables.
Estas creencias nos complacen porque estar enfrentados con grupos vecinos aporta cohesión al propio grupo. Es como la argamasa social para construir un hábitat más sólido. Pero también impenetrable. Más sectario.
Brechas de incomprensión
De hecho, si aparecen ideas muy arraigadas en un grupo sobre el otro, el contacto entre ambos no hará que se reduzca el prejuicio, sino que se amplifique. Sus opiniones se radicalizarán en vez de aproximarse entre sí. Porque si el otro, el enemigo, piensa como yo, entonces es que yo debo de estar equivocado; y viceversa.
Así pues, interactuar con la gente que es demasiado diferente a nosotros nos puede hacer ser aún más diferentes a esa gente de lo que ya éramos, como sugiere un estudio de 2021 dirigido por la experta en filosofía moral Nora Heinzelmann.
Por esa razón, según concluye un metanálisis basado en 12 estudios realizado por investigadores de la Universidad de Ámsterdam en 2019, existe una profunda brecha de empatía hacia quienes no pertenecen a nuestra tribu basado en la etnia, hasta el punto de que las expresiones faciales de dolor de personas de grupos étnicos/raciales distintos al propio se ven como menos intensas. Es decir, nos cuesta más ver el sufrimiento en ellos. Los cosificamos con mayor facilidad.
No hace falta que las diferencias se constaten a primera vista, como el color de la piel. También las diferencias ideológicas activan los mismos mecanismos. Tanto es así que hasta estamos dispuestos a perder la oportunidad de ganar una suma de dinero con tal de no estar expuestos a las ideas de otros grupos, tal y como sugiere otro estudio publicado en Journal of Experimental Social Psychology en 2017.
Creer en cosas extrañas da puntos sociales
Al final, organizarnos en grupos, por muy cohesionados que estén, tiene un gran componente azaroso proclive a los desacuerdos. Si el juicio individual ya tiene muchos inconvenientes en forma de sesgos cognitivos, la toma de decisiones en grupo añade otra capa extra en la que prevalecerán unas opiniones sobre las otras debido a factores que deberían ser irrelevantes. Algunos de ellos los señala el premio Nobel de Economía Daniel Kahneman en su reciente libro Ruido:
Quién habla primero, quién habla el último, quién habla con seguridad en sí mismo, quien viste de negro, quién se sienta al lado de quién, quién sonríe, o frunce el ceño, o gesticula en el momento oportuno…
De hecho, las creencias grupales persiguen ser la antítesis de la verdad. Porque, ante todo, las creencias con frecuencia tienen una función social, es decir, obran como señales que son detectadas por otros, tal y como sostiene Eric Funkhouser, investigador de la Universidad de Arkansas, en un estudio de 2020. Cuanto menos real o más extraña sea una creencia, mayor será su señalización social, porque lanza el mensaje de que uno está tan comprometido con el grupo que incluso es cabaz de abrazar auténticos dislates.
Frente a este panorama, la disyuntiva parece bastante clara: ¿Soledad sesgada o vida grupal hipersesgada? ¿susto o muerte?
A lo largo de este transitar, a veces arrastrados por la corriente y otras por aparente decisión; consciente o inconscientemente, caemos en una o deambulamos entre estas dos posturas. También se nos ofrece la posibilidad de jugar a ser parte, temporalmente, de una o de la otra… o de ninguna de las dos. Tal vez una diferente donde el enemigo común ya no encarne la ilusoria amalgama. Personalmente, al día de hoy, esto ya no representa una disyuntiva y la concepción de soledad, vida grupal, susto y muerte, observo como también empieza a transformarse. Gracias por el espacio!
Yo creo que existe mas de solamente una soledad sesgada y vida grupal hipersesgada y uno puede y/o estar en uno o mas grupos sociales con pensamientos casi diferentes. Ya que hay muchos researchs por ejemplo https://journals.sagepub.com/doi/pdf/10.26599/BSA.2019.9050023
que demuestran que dolor social activa el mismo circuito neuronal que dolor fisico, y nuestro cerebro de mono trata de evadirlo, por lo que aceptara valores que no aceptamos con tal de pertencer a cierto grupo.
atte.
Carlos Vilca