Sobre escribir bonito como si cada palabra fuera una obra de arte
Del alcorque al RACTER hasta llegar a la claridad expositiva en la no ficción
Quienes me conocen, saben que colecciono palabras bonitas. Ya sea por su eufonía, incluso en el caso de que se traten de meras jitanjáforas. También colecciono palabras pedantes. Y palabras en desuso.
A veces, siento un extraño placer a la hora de localizar un término para designar algo muy concreto que, hasta entonces, parecía no tener nombre. Como alcorque: el hoyo cavado al pie de un árbol. O pretil: el muro protector de poca altura a los lados de un puente. O estevado: que tiene las piernas arqueadas, de modo que le quedan las rodillas separadas. O corva: parte de la pierna humana opuesta a la rodilla.
Amo el lenguaje. He escrito media docena de novelas y medio centenar de cuentos. Mi autor favorito es Luis Landero, un orfebre con las palabras.
También considero que, en muchas ocasiones, el fin de la ficción no es tanto expositivo como exploratorio, tanto para el autor como el lector. No es tanto una voz que diga las verdades como una que resulte más interesante.
También se puede ser críptico para llamar la atención.
O para transmitir la extrañeza del mundo a través de oraciones inusuales.
O se puede ser superferolítico, cincelando una frase hasta la extenuación, a fin de capturar una belleza difícil de transmitir por otros medios. Perfilando el andamiaje del estilo con plomada y gran minuciosidad, al igual que un ebanista repasa con su garlopa cada arista. Hasta los niveles más microinfinitesimales.
A veces, de esos tejidos casi inextricables pueden entresacarse imágenes que llegan muy adentro, hasta la médula, por la vía emocional y también la racional.
A su vez, esto acarrea riesgos: que el autor solo esté presumiendo o haciéndose el interesante. Pero no correr esa clase de riesgos sería peor para la literatura en su conjunto. No nos permitiría abandonar el puerto y embarcarnos hasta los territorios marcados en los mapas antiguos con un «hic sunt dracones».
LA NO FICCIÓN
Sin embargo, todo lo anteriormente expuesto debe mantenerse con muchas reservas, incluso eliminarse de plano, cuando escribimos no ficción. Cuando debemos comunicar nuestro mensaje de la forma más clara posible.
Si el autor pretende hacer una disección de un tema complejo o espinoso en un ensayo de 200 páginas, la forma no debe prevalecer sobre el fondo. En caso contrario, el ensayo existirá, pero no será un ensayo de pensamiento sino una obra de arte (lamentablemente, a día de hoy aún se conceden premios de ensayo a textos más culteranos en las palabras que en el mensaje).
Usar lenguaje abstracto para explicar algo es muy tentador, porque entonces el texto posee belleza intrínseca. Vestir ideas simples con lenguaje oscuro transmite muchas más sugerencias al lector, hasta el punto de que lo leído puede llegar a significar cualquier cosa, dependiendo de la idiosincrasia del lector.
Esto se demostró de forma espectacular con la publicación en 1985 de una colección de poemas e historias cortas tituladas The Policeman´s Beard is Half Constructed. La gracia del libro es que fue elaborado por un programa de ordenador cuyo acrónimo era RACTER.
Para componer las historias y los poemas, RACTER escogía palabras sucesivas al azar de su diccionario. Si la palabra escogida se adecuaba gramaticalmente, RACTER la dejaba y pasaba a la siguiente palabra de la oración. Pero si no se adecuaba, entonces RACTER eliminaba la palabra y buscaba otra.
Las frases que producía el programa eran desatinos sin significado, pero un lector humano con suficiente imaginación podía extraer de ellas significados recónditos. Hasta el punto de que el libro recibió comentarios positivos en los periódicos de mayor tirada.
Sin embargo, si pretendemos que las ideas circulen democráticamente entre la gente (las ideas sirven para algo cuando entran a formar parte del cerebro de mucha gente), entonces debemos evitar la tentación de dárnoslas de reyes del mambo.
Tal vez la anécdota más divertida a este respecto sea la narrada por el físico Richard Feynman cuando se tuvo que enfrentar a un artículo escritor por un sociólogo un tanto pedante:
Empecé a leer el maldito papel y mis ojos se salían de las órbitas: ¡No podía entender nada de lo que allí decía! Tenía ese sentimiento de desasosiego de “No estoy a la altura de las circunstancias”, hasta que por último me dije a mí mismo: “Voy a parar y a leer despacio una frase, de forma que pueda meditar qué demonios significa”. Así que me detuve (al azar) y leí la frase siguiente muy despacito. No puedo recordarla con toda exactitud, pero se parecía mucho a esto: “El miembro individual de una comunidad social suele recibir su información por canales visuales simbólicos”. Lo leí una y otra vez, y acabé traduciéndolo. ¿Saben lo que significa? “La gente lee”.