Si no es un campo de nabos, es un campo de patatas
De la República de las Letras a las políticas DEI.
Desde el siglo XV hasta el siglo XVIII, los sabios solían presentarse como ciudadanos de la «República de las Letras» (Respublica litteraria), una red intelectual que surgió en Europa y conectó a los eruditos más allá de las fronteras nacionales, en una época de creciente intercambio cultural e intelectual. Esta frase expresaba su pertenencia a una comunidad que trasciendía las fronteras nacionales. Esta comunidad era, esencialmente, una construcción imaginaria, pero, aun así, daba lugar a prácticas muy reales: el intercambio de cartas, libros y visitas, así como las formas ritualizadas en las que los jóvenes eruditos rendían homenaje a sus colegas mayores, quienes podían prestarles apoyo en sus carreras.
Además, la República de las Letras no solo fomentaba la comunicación entre los intelectuales, sino que también establecía un marco común de referencia para el saber, donde se compartían valores como la curiosidad, la racionalidad y el compromiso con la búsqueda del conocimiento. Este espíritu de colaboración y apoyo mutuo fue clave para el desarrollo del pensamiento moderno y sirvió como germen para futuras sociedades científicas e instituciones académicas que buscaban promover el avance del conocimiento sin restricciones de origen o nacionalidad.
El problema es que, a pesar de toda la diversidad que perseguía la República de las Letras, no hizo apenas caso a las mujeres.
Las mujeres en la República de las Letras
Como ya observó el filósofo francés del siglo XVII Poulain de la Barre en su tratado Sobre la igualdad de los dos sexos (1673), las mujeres fueron más o menos «excluidas» de la búsqueda del conocimiento.
Con todo, a pesar de la exclusión generalizada, algunas mujeres lograron superar las barreras de su tiempo, desafiando las convenciones sociales y demostrando que eran tan capaces como los hombres de contribuir al conocimiento. En su mayoría, estas mujeres no contaban con el respaldo de instituciones académicas y, a menudo, sus contribuciones fueron minimizadas o ignoradas por la historia oficial.
Por ejemplo, a lo largo de este periodo, existieron mujeres de letras o «mujeres sabias», aunque el término bluestocking («marisabidilla») no se acuñó hasta finales del siglo XVIII. Entre estas figuras destacadas, algunas de las más conocidas fueron Christine de Pisan, autora en el siglo XV de La ciudad de las damas; Marie Le Jars de Gournay, editora de los Ensayos de Montaigne, estudiosa de la alquimia y autora de un tratado sobre la igualdad de hombres y mujeres; y la sabia universal Anne-Marie Schuurman, quien vivió en la República holandesa, asistiendo a conferencias en la Universidad de Utrecht y escribiendo un tratado sobre la aptitud de las mujeres para el estudio.
Finalmente, la reina Cristina de Suecia, quien invitó a su corte en Estocolmo a René Descartes, Hugo Grocio y otros eruditos, y que, tras su abdicación, fundó la Academia Físico-Matemática en Roma. Por supuesto, en este momento también debemos invocar la figura de Isabel de Bohemia y del Palatinado, de la que hablamos largamente en La princesa nerd que se carteaba con Descartes.
Sin embargo, a pesar de estos logros, las mujeres no pudieron participar en la República de las Letras en igualdad de condiciones con los hombres. Por ejemplo, muchas universidades les negaban el acceso formal a la educación, y aquellas que lograban aprender lo hacían de manera informal y sin el reconocimiento oficial, lo que limitaba significativamente sus oportunidades de contribuir en igualdad de condiciones.
La historia se repitió a lo largo de la Revolución Científica y la Ilustración. Hubo solo contadas excepciones de mujeres con un papel relevante. Por ejemplo, Margaret Cavendish, duquesa de Newcastle, asistía a las reuniones de la Royal Society y plasmó sus opiniones filosóficas por escrito. Voltaire escribió su Essai sur les moeurs para la marquesa de Châtelet, tratando de convencerla de que la historia era una materia tan digna de estudio como la filosofía natural, más afín a los intereses de la marquesa. Con todo, no solo estudió física newtoniana, sino que también tradujo al francés los Principia de Newton, añadiendo comentarios que demostraban una comprensión profunda y original del trabajo del científico inglés.
Pero fueron las pocas. Y la condescendencia rezumaba en cada interacción. Por ejemplo, Francesco Algarotti publicó un tratado titulado Il newtonianismo per le dame, partiendo del supuesto paternalista de que las mujeres inteligentes podrían comprender la nueva ciencia si se les explicaba con palabras sencillas.
La condescendencia, la homofilia, la inercia… todos son enemigos de la innovación, de las buenas ideas, de los cambios necesarios. Poco a poco, nos hemos dado cuenta de que necesitamos a más sabias, al igual que más sabios, provenientes de cualquier condición. No solo buscamos mujeres u hombres que contribuyan al conocimiento, sino voces diversas, incluso aquellas con ideologías contrarias a las nuestras, con otras matrices morales y formas distintas de entender el mundo. La riqueza intelectual no reside en la uniformidad, sino en la capacidad de integrar perspectivas múltiples y aprender del otro. Incluso necesitamos sabios que sean ideológicamente contrarios a nosotros, incluso indigestos o repugnantes, como nosotros lo somos para ellos.
El problema es que, para lograr tal fin, estamos haciendo justo lo contrario: acallar a quienes históricamente se vieron privilegiados, y que ahora, en muchos casos, son las verdaderas víctimas.
Dinamarca da un giro de timón
Dinamarca ha dado un paso firme hacia una política moderna de igualdad que abarca tanto a hombres como a mujeres. Bajo el liderazgo del gobierno socialdemócrata, y con el apoyo de la ministra de Igualdad, Marie Bjerre, se han lanzado medidas para abordar problemáticas en las que los hombres están sobrerrepresentados, como la mayor prevalencia de problemas de salud mental, el abandono escolar y la tasa de suicidios.
Estas iniciativas parten de la premisa de que las expectativas sociales sobre los hombres también generan presiones que afectan negativamente a su bienestar. En este sentido, la igualdad no solo debe centrarse en los derechos de las mujeres, sino que también es vital reconocer las necesidades de los hombres y los niños, promoviendo una sociedad equitativa para todos.
Uno de los puntos más destacados del plan es la apertura de centros de acogida para hombres víctimas de malos tratos en relaciones de pareja, un ámbito que había sido invisibilizado hasta ahora. Por ejemplo, según un informe de 2022 de la Universidad del Sur de Dinamarca, el 5,5% de las mujeres y el 4% de los hombres daneses mayores de 16 años fueron víctimas de violencia física o psicológica por parte de su pareja en 2021. Con esta medida, Dinamarca aborda una desigualdad histórica en la legislación, que proporcionaba servicios de ayuda únicamente a mujeres maltratadas, dejando a los hombres en una situación de vulnerabilidad.
En un reciente debate a propósito de estas medidas en Espejo Público, en Antena3, Juan Soto Ivars señalaba que «las brechas de género existen y en España tenemos en torno a 420 medidas legislativas para mitigarlas. Pero ni una sola de esas medidas para mitigar brechas de género de los hombres». En otras palabras: cuando se busca la igualdad, en realidad se persiguen privilegios femeninos. Unos privilegios que, en efecto, eran necesarios para corregir desigualdades, pero que no han prestado ni un ápice de atención a las nuevas desigualdades que se generaban o las que ya se habían heredado.
Cada vez son más los libros, artículos y estudios que apuntan hacia esa dirección: nos hemos pasado de frenada. Concernidos por la noble idea de hacer del mundo un lugar mejor, estamos haciendo del mundo un lugar peor. Hay sesgos de contratación que las favorecen a ellas, como también sesgos en los tribunales, lo que favorece que las penas sean menores para ellas.
Y si la mayoría de universitarias ya son ellas en casi todas las carreras, el problema es que aún haya alguna carrera donde no son ellas. Como explica sucintamente en este vídeo La entropía de Valen, quedan pocos argumentos para sostener que vivimos en un patriarcado:
Cory Clark también tiene un estudio muy revelador sobre todos los puntos ciegos de la teoría del patriarcado. Aquí, estas tablas que sintetizan algunos de sus hallazgos. Algunos de los prejuicios, actitudes y tratamientos que favorecen a las mujeres en detrimento de los hombres:
Campos de nabos
Como explica el psiquiatra Pablo Malo, pareciera que no somos capaces de tener dos ideas en el cerebro que son verdad al mismo tiempo: que en unas cosas las mujeres sufren discriminación y desventajas pero que en otras cosas los hombres sufren discriminación y desventajas. Tania Reynolds abunda en ello en este artículo.
Es irónico que el Nobel de este año se haya otorgado a los economistas Daron Acemoglu, Simon Johnson y James A. Robinson por un trabajo en favor de buenas instituciones en mitad de una elección en la que el gran desacuerdo subyacente es sobre la legitimidad, la competencia y la inclusión de las instituciones existentes, así como el hecho estadístico de que este año ha sido protagonizado por hombres.
No parece igualmente relevante que, con tan solo el 0,2 % de la población mundial, los judíos hayan recibido más del 20 % de todos los premios Nobel, lo que significa que su proporción de premios Nobel es más de 100 veces mayor. En cuanto a los premios Nobel de física, medicina, química y economía, los judíos han recibido 191 Nobel. En contraste, con el 24% de la población mundial, los musulmanes solo han recibido 4 premios Nobel en esos campos. Si se ajusta el cálculo a la población, los judíos han ganado casi 6.000 veces más premios Nobel que los musulmanes.
Pero la métrica que interesa es solo la que alude al sexo. En cuanto los ganadores Nobel son todo hombres, muchos aluden a que estamos ante un campo de nabos. Si hay una charla de divulgación científica y son todo hombres, campo de nabos. Pareciera que hay quienes están contando siempre el número de hombres y mujeres en cada evento o situación para hallar pistas de discriminaciones históricas o estructurales. Sin embargo, fetichizar las métricas es una forma errónea de resolver problemas complejos, máxime si solo nos fijamos en las discrepancias estadísticas en cuanto a sexo y no otras condiciones, como la edad, la procedencia, la estatura, la belleza o el CI, como veremos más adelante.
Hay personas que tienen un radar sintonizado únicamente para detectar una sola dimensión de la desigualdad, la discriminación y la injusticia: la suya propia o la que le reporta estatus y visibilidad. Esta es la interpretación caritativa: la severa sería afirmar que esta hemiplejía moral nace de una desinformación profunda, casi deliberada, en aras de que los datos encajen con su marco misándrico (recordemos el «los hombres son potenciales violadores», al que ya le dedicamos una newsletter).
Por si esto fuera poco, la igualdad origina desigualdad, necesariamente, porque no somos iguales. En cuanto proponemos un escenario de juego en el que todos partimos de las mismas oportunidades, pues, las desigualdades afloran con gran virulencia. Entonces, si las políticas de la igualdad se fijan en los resultados (cuántas mujeres han ganado el Nobel este año), nunca llegaremos a la meta, porque tal meta solo se lograría armando un tablero de juego desigual, donde las personas nunca tuvieran las mismas oportunidades.
Por esa razón, fruto de la igualdad de los países más progresistas, surge la paradoja de la desigualdad. En una entrevista en The Times de Londres, el psicólogo Steve Stewart-Williams resumió sucintamente la paradoja: «Tratar a hombres y mujeres por igual los hace diferentes, y tratarlos de manera diferente los hace iguales».
Brechas y más brechas
Centrémonos en el trabajo y las brecha salarial. Claudia Goldin, Premio Nobel de Economía 2023, marca en su investigación que la maternidad el factor explicativo de la perpetuación de esta desigualdad. Es decir, la desigualdad tiene su origen en una (potencial) menor productividad, no en el machismo o el patriarcado. Las diferencias salariales entre hombres y mujeres, además, tienen su origen en las diferentes arquitecturas de decisiones personales. La literatura científica al respecto es tan extensa que os recomiendo leer este análisis en el que se alude a una docena de ellos en diferentes contextos.
Naturalmente, puede haber diferencias debido al machismo, como también a la homofilia, pero los motivos verdaderamente sólidos son otros. De hecho, las mayores desigualdades salariales no tienen lugar en función del sexo. Por ejemplo, las personas más atractivas ganan más que las menos atractivas. También los hombres de mayor estatura ganan más, siempre que esa estatura la hayan obtenido durante la pubertad y no más tarde (al parecer, ser muy alto en clase imprime carácter).
Además de esta prima por belleza, hay una importante brecha salarial a la que nadie le preocupa: la del cociente intelectual. Dado que el CI es mucho más alto entre asiáticos y mucho menos entre africanos, la prima por CI es muy evidente en los puestos mejor pagados y que requieren mayor responsabilidad.
En 2001, la influyente economista Melissa Osborne analizó decenas de estudios que documentaban el vínculo entre el CI y los salarios. En general, la prima del CI no había cambiado en un siglo, a pesar de los cambios en el modelo productivo.
Un estudio reciente confirma este hallazgo: analiza en qué medida el coeficiente intelectual de un joven ha predicho su nivel de educación, estatus laboral e ingresos desde 1929 hasta 2003. El estudio, realizado por el sociólogo Tarmo Strenze, reunió estudios previos realizados en Europa, Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda a lo largo del siglo XX y descubrió que el cociente intelectual en general tenía una relación moderada con la educación y el estatus laboral y una relación débil pero positiva con los ingresos a lo largo de las décadas.
El fracaso de DEI
Del mismo modo que reservamos una cuota femenina para entrar a formar parte del cuerpo de bomberos, reduciendo las pruebas físicas para ellas también puedan acceder, ¿deberíamos hacer tanto de lo mismo con el CI? ¿Exigir una cuota de trabajadores con bajo CI para que los que tienen algo CI no acaparen el mercado laboral mejor remunerado?
Esta idea se nos puede antojar absurda, pero no dista mucho de las políticas DEI (Diversidad, Equidad e Inclusión), un conjunto de directrices y acciones que buscan fomentar un entorno inclusivo y equitativo en organizaciones, empresas o instituciones. Estas políticas promueven la representación y participación de personas de diversos orígenes, géneros, etnias, orientaciones sexuales y capacidades, con el objetivo de reducir la discriminación y garantizar que todos tengan las mismas oportunidades.
Dicho todo esto, podemos quejarnos de que el mundo no se ajusta a nuestros deseos. Podemos lamentar que, en una empresa, la productividad sea lo más relevante, o que la moral, aunque superior al dinero, no siempre prime. Cada uno de nosotros puede tener su propio prisma moral, pero la verdadera cuestión es: ¿hasta qué punto es funcional que solo uno de estos prismas eclipse a los demás?
Frente a la visión simplista de las protestas por las brechas salariales y otras, que a menudo se perciben como una aspiración idealista —al estilo de «quiero la paz mundial» o «me gustaría que todos fueran buenos, amables y divertidos»—, las políticas DEI no se han quedado únicamente en defender moralmente su postura, sino que también lo hacen a nivel práctico. Según sus promotores, estas políticas nos enseñan que, si de verdad buscamos productividad, debemos apostar por la diversidad, la equidad y la inclusión, ya que estos factores permiten que los equipos trabajen de manera más eficiente, sean más felices y, en última instancia, generen un beneficio tangible para la empresa.
El problema es que no ha sido así. Cada vez hay más evidencia de que las políticas DEI han sido un fracaso, como señala un reciente artículo en The New York Times.
Los investigadores han señalado que enseñar a los estudiantes a interpretar el mundo principalmente a través de las lentes de la identidad y la opresión puede dejarlos en una posición más vulnerable, en lugar de empoderarlos. Algunos psicólogos también han cuestionado la capacidad de medir o reducir el sesgo implícito mediante la formación. Igualmente, la idea de que las microagresiones solo por cuestión de sexo o etnia (y no como una dinámica habitual entre pares) carece de base científica suficiente, según una revisión de la literatura en 2021. Si un alumno, por ejemplo, contesta con un «que te follen» a una profesora tras ser castigado por ella, ¿cómo sabemos que su reacción ha sido machista o responde al sexo de la profesora? ¿Acaso no habría reaccionado igual frente a un profesor?
Curiosamente, los propios datos de la universidad muestran que en su intento por volverse más diversa y equitativa, la institución también ha visto un declive en la inclusividad. Una encuesta realizada a finales de 2022 reveló que tanto estudiantes como profesores perciben un clima menos positivo en el campus, comparado con el momento en que se lanzó el programa de DEI. Los participantes reportaron una menor sensación de pertenencia y menos interacción con personas de diferentes etnia, religiones o ideologías, precisamente los tipos de interacción que estos programas buscan fomentar.
Algunos administradores también han descubierto que los activistas estudiantiles pueden ejercer una gran influencia en las decisiones institucionales. Un expresidente de una prestigiosa institución de investigación, que solicitó el anonimato por temor a represalias, recordó cómo un grupo de estudiantes irrumpió en su oficina con demandas para mejorar el programa de DEI. Posteriormente, se enteró de que miembros clave del propio programa habían alentado a los estudiantes a presionar a la administración. Fue entonces cuando se dio cuenta de que había partes del sistema burocrático que escapaban a su control.
Las mujeres (sabias) deben ser visibilizadas
Digámoslo sin cataplasmas: apenas hay mujeres sabias, por la misma razón de que apenas hay hombres sabios. La mayoría de personas, con independencia de su estatura, su belleza, su sexo o su CI es, fundamentalmente, poco interesante. No merece estar en Wikipedia.
Merece nuestro respeto y nuestra consideración, naturalmente. Hay vidas anónimas mucho más inspiradoras que las entronizadas por biógrafos y cronistas. Pero la atención mediática y la recompensa económica no debería redirigirse a los que más gritan, protestan o exigen cuotas. Las cuotas, mayormente, solo abundan en la mediocridad. Si la mayoría de puestos de categoría están ocupados por hombres debido a su sexo o su estatura, seguramente estamos ante una mala elección. Lo mismo sucedería si escogiéramos a los más preparados en función de la diversidad, de la cuota, del «que nadie se enfade».
Las mujeres deben ser visibilizadas. Pero no a costa de los hombres. Esto no es una competición de suma cero, sino de suma positiva.
La única manera de que nuestros referentes sean verdaderamente sabios pasa por fijarnos en lo que dicen y no en quienes son. En lo que dicen y no en su ideología. En lo que dicen y no en si tienen o carecen de esferoides gametogénicos XY. En lo que dicen aunque sean machistas, racistas o incluso fascistas. Lo que dicen pueden salvarnos de la mediocridad y de la moral uniceja.
Los estereotipos que nos llevan a asumir más fácilmente que los hombres son líderes capaces son los mismos que nos hacen sentir menos empatía por su sufrimiento.
Tania Reynolds
La variación da lugar a sociedades exuberantemente diversas, pero es una fuente de problemas para el sistema jurídico, que se basa en gran medida en la premisa de que los seres humanos son todos iguales ante la ley. Este mito de la igualdad humana sugiere que las personas son igualmente capaces de controlar sus impulsos, tomar decisiones y comprender las consecuencias. Aunque admirable en espíritu, la noción de igualdad neuronal simplemente no es cierta.
David Eagleman
No se puede obligar a ver al que no quiere. Pero los datos están ahí, la sociedad tienen una estructura y esta es patriarcal. La diferencia entre premios Nobel para hombres y para mujeres es la métrica de un síntoma no un fenómeno en si. A las niñas se las socializa desde pequeñas para que sean de una determinada manera con valores distintos a los de los niños, incluidos en entornos done todos somos supuestamente iguales (colegios, publicidad etc) ¿Existe la misma diferencia con los niños de origen judío en comparación con los niños de origen cristiano? Una pena de newsletter
Hola. Me dejas de piedra con una cosa: "Dado que el CI es mucho más alto entre asiáticos y mucho menos entre africanos"... ¿de dónde ha salido esto? ¿podrías dar la fuente?
Lo demás te lo compro (casi) todo.
Gracias