No predices: explicas ad hoc
Una muestra sobre lo lejos que hemos llegado como civilización y, a la vez, una cura de humildad por todo lo que aún no sabemos y, quizá, nunca logremos saber.
Antes del siglo XVII, abundaban los oráculos y otros intentos de predecir el futuro. Todavía hay misterio, no hay sistema, no hay una explicación exhaustiva de los hechos y tiene más importancia la casualidad. Las cosas pueden ocurrir sin una causa identificable. No existe orden, solo arbitrio divino.
Después del siglo XVII, la casualidad es sustituida por la razón y la causa: nada ocurre si algo no lo provoca. Empezando por Copérnico y Galileo, y siguiendo con Kepler, Newton y Laplace, la ciencia moderna evoluciona a través de la aplicación del razonamiento lógico a los hechos y datos comprobables. El universo es como una máquina y los geólogos, biólogos e incluso la primera generación de psicólogos pueden entenderla si previamente entienden cada una de las partes. Se cree que ya podemos saberlo todo sobre todo porque conocemos las causas iniciales.
Después del siglo XIX, la física se convierte en microfísica y la comprensión se canaliza a través del electrón y, luego, la radiactividad, el átomo, las partículas elementales… Por primera vez, se propone la idea de que la propia infraestructura de la ciencia, los fundamentos de todo, no es segura. La incertidumbre se refiere a anomalías epistémicas que implican información imperfecta o desconocida. Se aplica a las predicciones de eventos futuros, a las mediciones físicas que ya se han realizado o a lo desconocido.
Y así estamos, no solo en lo tocante a la física, sino, sobre todo, en lo tocante a todo lo demás. También a la hora de predecir cómo evolucionará y nos afectará una nueva tecnología. Porque la tecnología no avanza de forma aislada, sino entrelazándose con la sociedad, y con todo lo demás.
De hecho, muchas tecnologías se han hundido o prosperado por fuerzas azarosas que están más allá de las virtudes de la propia tecnología. Por esa razón, la ciencia ficción no es tanto prospectiva como un análisis del presente desde el prisma del “¿qué pasaría sí…?” Como muestra, un botón: después de ENIAC, los escritores imaginaron que las máquinas del futuro serían más capaces, pero también más grandes. Esta hipótesis sin ningún fundamento se puede leer en múltiples novelas del género, como Factor limitador, de Clifford Simak, publicado en 1949, donde se imagina un ordenador tan gigantesco y colosal que cubre todo el planeta.
DEPENDENCIA DEL CAMINO
La historia está repleta de avances que, al entrelazarse con el complejo sistema de la sociedad, han desencadenado consecuencias imprevisibles. Freeman Dyson, en su obra El infinito en todas direcciones, ilustra esta noción con la "Teoría Forrajera de la Historia": la invención del forraje, un avance aparentemente menor, catalizó el desarrollo de la civilización urbana en el norte de Europa durante la Edad Media. Contrariamente al clima benigno del Imperio Romano, que permitía el pastoreo durante todo el año, el norte de Europa dependía de la cría estacional de ganado para el transporte. La invención fortuita del forraje por un agricultor anónimo transformó radicalmente esta realidad, posibilitando la acumulación de grandes manadas y, consecuentemente, el desplazamiento del epicentro de poder y civilización desde Roma hacia metrópolis como París y Londres.
Historias análogas se narran acerca del telar mecánico y la imprenta, cuyas repercusiones, tan vastas como inesperadas, desafiaron toda predicción. Por ejemplo, muchos creyeron que la imprenta devaluaría la calidad de los textos porque muchas más personas podrían hacer copias y más copias de libros inanes. Lo que ocurrió, sin embargo, es que el incentivo de publicar también vino acompañado por el incentivo de aprender a leer. Y el hecho de que las copias ya no estuvieran realizadas por manos humanas, proclives a los errores, también sentó las bases de la exactitud y, con ello, de la ciencia. Sin contar que la imprenta, en sí misma, no era nada sin el vapor: si la imprenta era una máquina para producir información más barata, lo que hizo la máquina de vapor es transportarla más fácilmente a través del ferrocarril.
Otro ejemplo es la lavadora. Tal y como explica Hans Rosling, este electrodoméstico introdujo una disrupción tal (fue parte del empoderamiento femenino, nada menos) que supera el de muchas otras tecnologías. ¿Quién pudo imaginar que la lavadora o la píldora anticonceptiva pudieran hacer tanto o más por las mujeres que los movimientos feministas? Del mismo modo, tal y como señaló en una ocasión el economista Miguel Anxo Bastos: quién hizo más por los bosques, ¿el ecologismo o el pendrive?
Nuestra incapacidad de ver todas las ramas que produce una innovación se suma a nuestra idea estereotipada de cómo surge una innovación. Pensamos que aparece de la nada, dispuesta a cambiar el mundo. Pero más bien es al revés: el mundo la crea a su imagen y semejanza. Cualquier innovación está encadenada, así, a la inercia histórica. Las carreteras modernas en Europa siguen el trazado de las antiguas calzadas romanas, antaño construidas para conectar eficientemente diferentes partes del Imperio Romano.
La elección entre conducir por la derecha o por la izquierda en diferentes países también tiene raíces históricas y culturales complejas, y no siempre se basa en un criterio único o claro inspirado por el pragmatismo.
Aquí podemos observar la magia del path dependence, que define el camino que resulta fácil de seguir porque otros, en el pasado, tomaron ciertas decisiones.
Si nuestro pasado nos determina, nuestra miopía sobre el horizonte futuro también lo hace. En 1740 se inventó el primer motor eléctrico y, con lo que la humanidad sabe ahora, hubiese sido preferible invertir en este tipo de soluciones.
A todo esto se suma la veleidad. Por esa razón, la prevalencia de una tecnología sobre otra puede ir justo en contra del propio progreso tecnológico. Un ejemplo clásico es la adopción del formato VHS sobre Beta en la industria audiovisual. Beta, desarrollado por Sony, ofrecía inicialmente una calidad superior en comparación con VHS, desarrollado por JVC. Sin embargo, VHS ganó la batalla comercial, porque el mercado del cine en casa valoraba más el tiempo de grabación que la calidad de imagen.
También la disposición QWERTY de nuestros teclados fue diseñada para evitar el atasco de las teclas en las máquinas de escribir mecánicas, ya obsoletas. Aunque estos problemas ya no existen con los teclados modernos, la disposición QWERTY persiste. Cambiar a una disposición de teclado más eficiente, como Dvorak, implica un costo de transición significativo en términos de aprendizaje y adaptación para los usuarios y las empresas.
NO HAY FUTURO
La inmensidad del horizonte tecnológico y sus efectos futuros propicia que cualquier intento de predicción fiable sea una tarea titánica. Si poseemos el conocimiento suficiente para anticipar un descubrimiento con alta certeza, es probable que dicho descubrimiento ya esté prácticamente realizado.
Incluso los pioneros de grandes invenciones, como Marconi con la radio, no pudieron vislumbrar el alcance completo de sus creaciones. Los hermanos Lumiére creían que el cine no tenía futuro comercial. Más tarde, se creyó lo mismo del cine sonoro frente al mudo.
En 1943, el presidente de IBM, Thomas John Watson, realizó una predicción francamente aventurada: "Creo que hay mercado para unos cinco ordenadores en todo el mundo". Bill Gates también hizo declaraciones sorprendentes, como "Nunca vamos a hacer un sistema operativo de 32 bits" y "640 Kb deberían ser suficientes para cualquiera". En 1977, Ken Olsen, cofundador de Digital Equipment Corporation, expresó: "No hay ninguna razón por la que alguien deba tener un ordenador en casa".
Estas perspectivas parecían lógicas en su momento, especialmente cuando en 1949 la revista Popular Mechanics publicaba proyecciones como: "Los ordenadores del futuro podrían pesar poco más de una tonelada y media".
El smartphone más reconocido a nivel mundial también se enfrentó a un gran escepticismo, especialmente de figuras como Steve Ballmer, empresario estadounidense y entonces director ejecutivo de Microsoft, quien afirmó con certeza: "El iPhone no tiene ninguna posibilidad de conseguir una cuota de mercado significativa".
Los Laboratorios Bell, inicialmente reticentes a patentar los láseres por no encontrarles aplicaciones prácticas en comunicaciones, jamás imaginaron los múltiples campos en los que se volverían indispensables.
Las predicciones miopes también tuvieron lugar con el teléfono, que se creía que acabaría con la intimidad. Con la radio, que provocaría que la gente dejara de leer periódicos.
Parece, incluso, que nuestras disposiciones psicológicas, o hasta nuestra edad, determinan cómo interpretamos el futuro de la tecnología. Douglas Adams, el autor de la disopilante novela de ciencia ficción Guía del autoestopista galáctico, reflexionó sobre ello en un artículo para The Sunday Times, publicado el 29 de agosto de 1999 en estos términos:
Todo lo que existe en el mundo al momento de nacer se considera normal.
Cualquier invención que surge entre el nacimiento y antes de cumplir treinta años es vista como algo increíblemente emocionante y creativo, y con suerte, se puede incluso vivir de ello.
Las innovaciones que aparecen después de cumplir treinta años se perciben como amenazas al orden natural y presagios del fin de la civilización tal como la conocemos, hasta que, tras una década de uso, gradualmente se empiezan a aceptar como normales.
Todo tiene sentido cuando hablamos del presente, pero parece que somos incapaces de saber qué pasará en el futuro. Cuando acertamos, ¿lo hacemos más allá del simple azar? ¿No podemos saber qué ocurrirá dentro de un año con la inteligencia artificial de la misma manera que ignoramos si lloverá en un día dado del año que viene?
Responder a estas cuestiones, irónicamente, también tiene algo de Oráculo. De tirar una moneda al aire. De aceptar cierto control sobre el futuro o ninguno en absoluto.
Sea como fuere, echando un vistazo en retrospectiva a lo que llevamos predicho hasta ahora, al menos hemos de aceptar que la historia del conocimiento sobre el futuro es una espiral epistemológica sobre casualidad, causalidad y probabilidad. Una muestra sobre lo lejos que hemos llegado como civilización y, a la vez, una cura de humildad por todo lo que aún no sabemos y, quizá, nunca logremos saber.