La igualdad crea desigualdad que crea igualdad que crea desigualdad
Los demás son el espejo donde uno se refleja para calcular cómo hacer otra cosa diferente. Sin desigualdad no habría identidad.
La dificultad en perseguir la igualdad de resultados no reside únicamente en la restricción de libertad o en la disminución de incentivos.
De hecho, el mero establecimiento de igualdad de oportunidades puede, y a menudo lo hace, conducir a desigualdades en los resultados.
Porque si todos partimos del mismo sitio, al ser todos tan diferentes entre nosotros, naturalmente acabaremos en lugares muy distintos.
Si hay igualdad, entonces aparece la desigualdad. De este modo, la única forma de alcanzar la igualdad de resultados es implantando un sistema de desigualdad de oportunidades.
No solo porque la desigualdad de resultados nos pueda ofender, sino porque esa es la única métrica que solemos usar para medir la desigualdad de oportunidades (cuando en realidad son los experimentos, y no las estadísticas, los que nos ofrecen más información en lo tocante a la igualdad).
Por supuesto, podría aducirse que ni siquiera estamos cerca de la verdadera igualdad. O que quizá hay factores de desigualdad que no somos capaces de identificar. Por consiguiente, entonces podríamos afirmar que la igualdad nunca se alcanzará pero que debemos tender hacia ella, empujar la piedra de Sísifo una y otra vez aunque naturalmente la gravedad tienda a jugar en nuestra contra.
No obstante, de nuevo surge el mismo problema: ¿cuándo sabremos que hay suficiente igualdad? Si a mayor igualdad, más desigualdad, ¿qué medida nos sirve entonces?
La democracia favorece la desigualdad
Es cierto que tu código postal determina tu salud y tu riqueza, o más bien es tu familia (código genético + apellidos), porque esto último es la causa de la causa del código postal. Sin embargo, también es cierto que el esfuerzo puede inclinar un poco la balanza a tu favor.
Si bien el éxito viene dado por una mezcla de ambiente y naturaleza engranada en una buena dosis de suerte o azar, resulta de todo punto anticientífico rechazar cualquiera de estos factores. También el meritocrático.
Sin embargo, los planificadores sociales sí que creen que pueden controlar la desigualdad. Una creencia que sólo puede sostenerse si se omiten total o parcialmente todos los efectos secundarios que produce cualquier intervención. Veamos, por ejemplo, cómo la democracia afecta a la igualdad de ingresos.
Daron Acemoglu y su equipo, tras analizar 538 evaluaciones en 184 países desde su independencia o desde 1960 (según cuál sea más reciente) hasta 2010, no han encontrado un impacto consistente de la democracia en la desigualdad del mercado o en los ingresos disponibles.
Aunque la imprecisión en muchos cálculos de la desigualdad deja espacio para dudas, lo que sorprende más es la falta de una relación significativa, especialmente considerando que la democracia sí impacta notablemente en la recaudación de impuestos como porcentaje del PIB. Esto sugiere que el efecto de la democracia en la distribución neta de recursos es complejo y variado, y que la suposición común de una asociación entre democracia y políticas redistributivas igualitarias no es tan evidente.
Dos factores son clave en esta dinámica: la igualdad puede verse obstaculizada si la democracia es "secuestrada" por electorados influyentes, y la democratización puede crear oportunidades para el desarrollo económico, lo que a su vez puede incrementar la desigualdad de ingresos.
Análisis más detallados de Kenneth Scheve y David Stasavage también cuestionan que la democratización en Occidente restringió la desigualdad material. En sus hallazgos, descubrieron que la orientación política de los gobiernos, ya fuesen de izquierda o no, no influyó significativamente en la desigualdad general de ingresos en 13 países entre 1916 y 2000, y tuvo un efecto menor en el 1% de los ingresos más altos. Igualmente, las negociaciones salariales centralizadas a nivel nacional no produjeron cambios significativos en esta tendencia.
La diferencia crea la identidad
Pareciera que nuestra especie se define a través de la diferencia. En contraposición a los otros. Esto ocurre tanto a nivel individual como colectivo. De este modo, en esencia, las culturas se definen a sí mismas en oposición a sus vecinos.
Las sociedades se construyen y reproducen a sí mismas, principalmente, en referencia a las demás. Los demás son el espejo donde uno se refleja para calcular cómo hacer otra cosa diferente.
Sin desigualdad no habría identidad.
La concepción de igualdad, más allá de ser un concepto relativamente moderno, se revela como notablemente compleja. Actualmente, la mayoría concuerda en considerar la igualdad como un valor fundamental. Sin embargo, surge la pregunta: ¿qué entendemos por igualdad? ¿Se trata de una igualdad que nos convierta en réplicas exactas unos de otros? ¿O nos referimos a la igualdad de oportunidades, de circunstancias, o a la igualdad formal ante la ley?
Además, cada una de estas interpretaciones abre un abanico de debates filosóficos: ¿la igualdad anula la individualidad o la realza? Al fin y al cabo, una sociedad donde todos son idénticos, y otra donde la diversidad es tan extrema que impide cualquier comparación, podrían considerarse igualitarias de igual modo.
Incluso el concepto de "oportunidad" en la expresión "igualdad de oportunidades" genera confusión. ¿Cómo definimos una oportunidad? ¿Qué requerimientos son necesarios para considerarla equiparable? En este análisis, se identifican al menos cuatro interpretaciones distintas, que entre sí pueden resultar incluso contradictorias.
Con todo, podríamos convenir que la igualdad no puede definirse en el sentido de que todos los miembros de una comunidad sean perfectamente intercambiables entre sí, como la carne de cañón de un ejército, sino que sean iguales en cuanto a las cosas que realmente importan.
En ese sentido, cada uno debería decidir qué es lo que importa. Quizá, entonces, lo relevante no sea tanto la igualdad per se, sino la “autonomía”, tal y como sugiere la antropóloga feminista Eleanor Leacock al hablar de las mujeres montagnais-naskapi. Entre ellas no importa tanto si hombres y mujeres parecen tener el mismo estatus, como que las mujeres puedan, individual o colectivamente, ser capaces de vivir su vida y de tomar sus propias decisiones sin interferencia masculina.
Es decir, libertad por encima de igualdad. Decidir lo que importa en la igualdad. La antítesis de ser todos iguales. La búsqueda igualitaria de caminos desiguales. Desigualdad para producir igualdad.
La igualdad de oportunidades está bien, pero la igualdad de resultados es imposible en un mundo tan complejo, salvo que se haga trampa. A la plebe nos ponía yo a estudiar más filosofía y estoicismo, y menos desigualdad de género y de génera. "Libertad por encima de igualdad" va a ser otro lema a apuntar.