Cómo protegernos de la falsedad a la vez que la alentamos para convivir
Debemos diferenciar las creencias epistémicas de las simbólicas. Lo que hacemos por la verdad de lo que hacemos por tener amigos. Y eso es particularmente importante en la nueva política.
Más allá de los peligros inherentes a cualquier sistema estratificado de conocimiento, los modelos de cognición epistémica (instituciones científicas, revisión por pares, ensayos clínicos, etc) deben protegerse porque son los más eficientes a la hora de mejorar nuestras aproximaciones a la verdad factual.
Sirven para calcular cuánto combustible necesita un avión para viajar de un aeropuerto a otro, o el grosor que deben tener los pilares maestros de un edificio para que este no se desplome. También permite analizar la literatura científica disponible a través de revisiones sistemáticas o metaanálisis, el mayor estándar de evidencia de que disponemos en la actualidad. Incluso algunas iniciativas son de código abierto, permitiendo que todos colaboren en el esclarecimiento de la verdad, tal y como hace por ejemplo, Cochrane Collaboration, que se encarga de hacer revisiones sistemáticas de todos los temas médicos identificados como tales. Como señala el médico Ben Goldacre:
Está abierta, incluso, a que se le remitan nuevas cuestiones o preguntas sobre medicina que necesiten respuesta. Esta cuidadosa criba de información ha revelado la existencia de enormes lagunas en nuestro conocimiento, ha evidenciado el carácter defectuoso (en ocasiones, incluso dañino) de ciertas “buenas prácticas” y, simplemente, gracias al filtrado metodológico de datos preexistentes, ha salvado más vidas de las que podamos imaginarnos.
Estos niveles de jerarquía epistémica, basada en procedimientos externos al mero razonamiento humano (y generalmente individual), están claramente diferenciados del nivel de navegación o coordinación social: Cervantes es más interesante que Shakespeare o la derecha política es mejor que la izquierda política, entre otros asuntos, que implican también a la moral.
Es decir, por un lado hay creencias epistémicas y por el otro, simbólicas o sociales. Sus objetivos son distintos, de modo que no pueden gestionarse de la misma manera.
Andy Clark, profesor de Filosofía Cognitiva en la Universidad de Sussex, lo explica así en su libro The Experience Machine: las "acciones epistémicas", que son aquellas emprendidas para enriquecer nuestro conocimiento en vez de cumplir directamente objetivos prácticos. Por ejemplo, si tu meta es tomar un vuelo, una acción epistémica beneficiosa podría ser revisar los horarios de los autobuses antes de salir. La segunda perspectiva considera la acción (incluidas las epistémicas) como guiada por la anticipación.
Integrar estos enfoques sugiere que los cerebros orientados a predecir están especialmente equipados para identificar acciones epistémicas, aprovechando eficazmente los recursos informativos, como los horarios de autobuses, disponibles en el entorno.
Para estos cerebros, es indiferente si la información esencial reside internamente o se accede externamente, por medio de dispositivos electrónicos o aplicaciones. Lo crucial es que los datos o procedimientos necesarios estén accesibles de manera fiable cuando se requieran para una gestión eficaz de las acciones. Esto resulta en una interacción continua y finamente coordinada entre recursos internos y externos, en la que cerebros predispuestos a anticipar ofrecen la base biológica ideal para mentes que se extienden más allá de los límites físicos del cuerpo.
Las acciones epistémicas se seleccionan no por su valor intrínseco ni por acercarnos físicamente a un objetivo concreto, sino por su capacidad para ampliar nuestro entendimiento, incluso si esto implica desviarnos temporalmente. Por ejemplo, al conducir, podría optar por dirigirme a un punto de referencia conocido aunque esté en dirección contraria, si desde allí conozco una ruta segura hacia mi destino.
Este enfoque recuerda al "algoritmo de navegación costera", donde un marinero se acerca a la costa para orientarse mejor, aun cuando esto signifique tomar una ruta más larga. Esta estrategia resalta la distinción entre lo epistémico y lo práctico. Sin embargo, en muchas situaciones, como al elegir una copa específica al preparar un cóctel, la línea entre lo epistémico y lo práctico se difumina, llegando a veces a desvanecerse completamente.
Redes frente a genios
Si en las creencias simbólicas importa la diversidad de ideas, en las creencias epistémicas importa la rigurosidad del procedimiento para descartar las peores ideas de las mejores. En ese sentido, la civilización no se ha desarrollado como lo ha hecho en los últimos siglos gracias a los genios, sino a las redes de personas e instituciones sometidas a reglas. A la colaboración en red favorecida por los medios de comunicación.
Hugo Mercier, en Not Born Yesterday, profundiza en esta idea centrándose en el caso de Werner Heisenberg. Aunque Heisenberg se retiró a una isla para reflexionar sobre la teoría cuántica, su famoso principio de incertidumbre no surgió en aislamiento. Los avances de Heisenberg se lograron gracias a la colaboración y el diálogo con otros eminentes físicos como Schrödinger, Bohr, Dirac, y a través de intercambios con Wolfgang Pauli. A pesar de su retiro físico, intelectualmente Heisenberg nunca estuvo solo, y fue mediante el diálogo y la colaboración que logró su gran avance.
Mejor democracia antes que más democracia
Durante los años 1850, la retórica empleada en los discursos presidenciales alcanzaba la complejidad propia de un texto universitario, según se desprende del análisis realizado mediante la prueba de legibilidad de Flesch-Kincaid, una herramienta diseñada en los años 70 para la Armada estadounidense con el fin de garantizar la claridad de sus manuales técnicos. No obstante, a partir de los años 1940, la tendencia indica que los discursos presidenciales se han adaptado a un nivel comprensible para estudiantes de sexto grado.
Inicialmente, uno podría pensar que la calidad de los políticos refleja simplemente lo que la sociedad merece, pero esa idea resulta ser un cliché más que una realidad. Actualmente, la población está mucho mejor formada que en el siglo XIX. Derek Thompson, Creadores de hits: La ciencia de la popularidad en la era de la distracción, argumenta que la simplificación de la retórica política es, de hecho, un intento de los discursos por conectar con un público más diverso, adoptando estrategias de comunicación populares en otros medios de entretenimiento masivo, como la música.
Esta tendencia hacia la simplificación podría interpretarse como un reflejo de la expansión de la democracia, donde un mayor número de personas de distintos estratos sociales y económicos participan en el proceso electoral. Históricamente, los políticos se dirigían a audiencias que se asemejaban a ellos en estatus, pero con el tiempo han tenido que adaptar su mensaje a una base electoral más amplia y variada.
Este cambio en la forma de comunicar coincide con momentos clave en la ampliación de la democracia en Estados Unidos, particularmente alrededor de 1920 con eventos significativos como la Decimoséptima Enmienda, que estableció la elección directa de senadores; la promoción de la educación pública obligatoria; la Decimonovena Enmienda, que concedió el derecho de voto a las mujeres; y la expansión de la radio, que facilitó la difusión de los discursos a un espectro más amplio de la población.
El crecimiento de la democracia estadounidense simplificó la retórica política. Más democracia no resolverá el problema. Para el siglo XXI, necesitamos mejor democracia. Una democracia basada en el poder de las redes, en el poder de los procedimientos, en el poder de la colaboración que ha permitido la ciencia, Wikipedia o Linux. O Wiki-Gobierno. Naturalmente, eso no es óbice ni cortapisa para que cualquiera de nosotros, acodados en la barra del bar, soltemos nuestras creencias simbólicas. Creencias que no sirven para arreglar o estropear el mundo, sino para formar lealtades, construir nuestra reputación… hacer amigos, o enemigos, en suma.