34 evidencias que sugieren que me creo muy listo pero que, en realidad, soy bastante imbécil
El mundo se divide entre los que creen que las personas son lo suficientemente racionales e inteligentes y quienes no tanto. Quienes creen que pueden entender el mundo y moldearlo a su gusto y quienes no tanto.
Más en profundidad, Thomas Sowell, en su obra Conflicto de visiones, identifica y describe prolijamente estas dos visiones fundamentales acerca de la naturaleza humana y la organización social: la visión «constrained» (limitada) y la visión «unconstrained» (ilimitada).
La visión ilimitada cree en el potencial ilimitado del ser humano para mejorar y en la capacidad de las personas para tomar decisiones racionales que benefician al colectivo. Esta visión favorece soluciones que buscan el progreso y la justicia social continuos, poniendo énfasis en la planificación y la ingeniería social.
La visión limitada sostiene que la naturaleza humana es inherentemente imperfecta y que las habilidades individuales y la sabiduría son limitadas. Por lo tanto, promueve sistemas sociales y jurídicos que impongan restricciones y fomenten un orden estable mediante leyes y tradiciones.
Naturalmente, nadie abraza en su totalidad ninguna de las dos posturas, sino que tiende más a un lado que hacia el otro.
Gran parte de nuestros desacuerdos proceden de esta brecha. Y yo, cada vez más inclinado hacia la visión «constrained», tengo una buena lista de evidencias que sugieren que, incluso entre los más dotados intelectualmente (o precisamente entre ellos), persiste esta visión. Sobre todo si atendemos a los llamados «capitalistas simbólicos». También conocidos como clase profesional-gerencial, la nueva clase, la clase creativa, la clase aspiracional. Es decir, tú que lees una newsletter como esta y yo, que me dedico a, entre otras cosas, escribirla.
Así, creo conveniente listar lo siguiente en primera persona, por aquello del burro delante, porque cumplo buena parte de los puntos:
Reconozco generalmente que mis opiniones y sensibilidades políticas son diferentes a las de la mayoría de los demás. Mi narrativa preferida para explicar esta distinción es apelar a mis conocimientos, inteligencia y credenciales.
Mientras que las creencias y preferencias de los demás pueden estar impulsadas por prejuicios, emociones, supersticiones, dogmas e ignorancia, tiendo a creer que las posiciones de los votantes bien educados o muy inteligentes como yo están determinadas por la lógica y «los hechos».
Tomo decisiones en función de una cuidadosa consideración de las cuestiones; cambiaría de opinión con facilidad si los hechos no estuvieran «de mi lado» o si las circunstancias cambiaran.
La creencia de que la educación produce precisamente este tipo de ciudadanos ha estado presente en el proyecto de las universidades modernas desde el principio. Y yo, que me pagan por leer y escribir, me considero la prueba del éxito de este proyecto.
Como explica Elizabeth Currid-Halkett, en The Sum of Small Things: A Theory of the Aspirational Class, lo que une a los miembros de esta nueva élite cultural es su valor por el conocimiento, que utilizan para ser más conscientes social, ambiental y culturalmente. La forma en que obtienen y usan este conocimiento muestra su posición social.
Como persona con un alto nivel educativo, tiendo a relacionarme principalmente con personas como yo (homofilia). Incluso entre aquellos de nosotros con un alto nivel educativo, los que tenemos altos niveles de desempeño académico solemos agruparnos y, gradualmente, abandonamos los vínculos sociales con aquellos que tienen promedios más bajos (homofilia académica).
Los capitalistas simbólicos más dominantes tienden a interpretar la desviación o la resistencia a nuestras propias preferencias y prioridades en términos de patologías (racismo, xenofobia, sexismo, homofobia, autoritarismo, cerrazón reaccionaria, fanatismo ideológico y dogmatismo) o déficits (falta de información o educación; falta de sofisticación o capacidad cognitiva; falta de imaginación, empatía o perspectiva). Hay varios estudios al respecto.
Han surgido enormes industrias que intentan explotar los macrodatos, los modelos predictivos y los avances en las ciencias cognitivas y del comportamiento para «empujar» a las personas a comportarse de maneras que los capitalistas simbólicos consideran apropiadas.
Los movimientos sociales inconvenientes suelen explicarse en términos de una contraélite nociva (por ejemplo, Trump, Fox News) que «lava el cerebro» y «engaña» a un público fácilmente manipulable para que persiga fines »incorrectos».
Ha surgido todo un complejo gubernamental-industrial aparentemente orientado a combatir la «desinformación» y los «bulos», lo que permite a las empresas de tecnología, medios de comunicación, académicos y políticos etiquetar convenientemente a cualquier persona y cualquier cosa que amenace su modelo de negocio o subvierta su autoridad epistémica
La investigación empírica ha descubierto que los tipos de personas que aceptan narrativas alarmistas sobre desinformación o «fake news» son especialmente propensos a ver a los demás como epistemológicamente vulnerables (es decir, crédulos, estúpidos, ignorantes, irracionales) en comparación con personas como ellos.
A pesar de que tendemos a experimentar una sensación de elitismo intelectual, esta sensación no solo es infundada, sino contraproducente, como veremos a continuación.
Las personas con un alto nivel educativo tienden a seguir las carreras políticas mucho más de cerca que el público en general y, a menudo, están mucho más versadas en los chismes, dramas o escándalos políticos contemporáneos. Sin embargo, eso no se traduce en mayor conocimiento en hechos más sustanciales, y a menudo carecemos incluso de un conocimiento rudimentario sobre las instituciones y los procesos cívicos fundamentales.
Tendemos a ser menos conscientes que la mayoría con respecto a nuestros propios prejuicios e ignorancia. Como lo expresó el psicólogo social Keith Stanovich en The Bias That Divides Us: The Science and Politics of Myside Thinking: «Si eres una persona de gran inteligencia, si tienes un alto nivel educativo y si estás firmemente comprometido con un punto de vista ideológico, es muy probable que pienses que has llegado a ese punto de vista a través de tus pensamientos. Y será aún menos probable que te des cuenta de que tus creencias provienen de los grupos sociales a los que perteneces porque encajan con tu temperamento y tus propensiones psicológicas innatas».
De hecho, los estadounidenses con un alto nivel educativo tienden a ser menos conscientes de sus propias preferencias sociopolíticas, y suelen describirse como más izquierdistas de lo que en realidad parecen ser. No en vano, los estudios demuestran sistemáticamente que los votantes con un alto nivel educativo y con una alta capacidad cognitiva tienden a gravitar hacia una combinación de liberalismo cultural y conservadurismo económico.
Como señala el economista James Rockey en un estudio de la Universidad de Leicester: «Los niveles más altos de educación se asocian con una menor probabilidad de creerse de derechas, al mismo tiempo que se asocian con estar a favor de una mayor desigualdad». Pero los estadounidenses con un nivel educativo elevado suelen mostrar menos hostilidad hacia los grupos minoritarios en encuestas y sondeos. De modo que esta actitud podría ser resultado del hecho de que, al pertenecer a élites, nuestros intereses materiales, ambiciones y expectativas vitales no se ven amenazados por individuos pertenecientes a grupos históricamente marginados y desfavorecidos. Por ello, la investigación ha demostrado que cuando las personas con un alto nivel educativo llegan a sentir que sus propios intereses o perspectivas se ven socavados o amenazados por la competencia con minorías raciales o étnicas, a menudo se vuelven significativamente más hostiles hacia los grupos en cuestión.
Asimismo, The Diversity Bargain de Natasha Warikoo analiza cómo los aspirantes a capitalistas simbólicos de grupos dominantes a menudo están dispuestos a apoyar la diversidad y la inclusión de formas egoístas e instrumentales, como mejorar su reputación o impulsar su creatividad. Sin embargo, su entusiasmo suele disminuir rápidamente cuando la diversidad no favorece claramente sus metas, compromisos y prioridades ya establecidos, especialmente si parece amenazarlos.
También se ha observado que los niveles elevados de creatividad se asocian con una mayor incidencia de comportamientos poco éticos. Esto se debe, en parte, a que las personas altamente creativas tienen una mayor capacidad para racionalizar acciones que resultan dañinas tanto para otros como para sí mismos. Los creativos también tienen mayor probabilidad de comportarse de manera poco ética, en parte, porque tienden a sentirse con derecho (y a menudo están institucionalmente empoderados) a comportarse de acuerdo con un conjunto de reglas diferente al de los «normales».
Los estadounidenses con un alto nivel educativo también tienden a ser mucho peores a la hora de evaluar a otras personas, generalmente asumiendo que los demás son más extremistas o dogmáticos de lo que en realidad parecen ser. Esto es quizás un producto de la realidad de que, en comparación con el público en general, los tipos de personas que se convierten en capitalistas simbólicos (altamente educados, cognitivamente sofisticados, de alto rendimiento académico) tienden a ser más ideológicos en su pensamiento, más dogmáticos en sus opiniones y más extremos en sus inclinaciones ideológicas que todos los demás. y el proceso de obtener una educación universitaria parece conducir a la gente hacia un mayor absolutismo moral.
Un estudio reciente de la Oficina Nacional de Investigación Económica concluyó que los estadounidenses más propensos al pensamiento de suma cero incluían a las personas que vivían en ciudades, aquellos que tenían niveles de ingresos especialmente bajos o altos, las personas que se identifican como demócratas fuertes y aquellos que poseen títulos de posgrado.
Las capacidades mentales de los humanos parecen haber evolucionado en gran parte para ayudarnos a cooperar con los miembros del grupo y competir contra los «otros». Es decir, nuestras capacidades cognitivas están fundamentalmente orientadas a la formación de grupos y a las luchas de coalición. Tendemos a razonar de maneras que nos ayudan a adquirir y mantener un estatus social y una pertenencia. No debería sorprender, entonces, que quienes tienen una sofisticación cognitiva tiendan a ser más propensos al tribalismo que la mayoría.
Por ejemplo, los estadounidenses con un alto nivel educativo tienen mucha mayor probabilidad de saber qué posiciones «deberían» mantener en virtud de sus identidades partidistas o ideológicas, y también tienen mayor probabilidad de alinear sus creencias para que concuerden sistemáticamente con esas identidades.
Es más probable que tomemos posiciones sobre cuestiones sobre las que antes no teníamos opiniones firmes si observamos señales partidistas y que modifiquemos nuestras posiciones existentes para alinearlas con los nuevos mensajes de los líderes de los partidos.
Los estadounidenses políticamente sofisticados también son más propensos a adecuar sistemáticamente sus creencias y preferencias políticas a su religión, raza, género o sexualidad, conformándose con lo que «deberían» pensar o decir en función de su identidad, mientras que el ciudadano promedio tiende a tener conjuntos de opiniones y disposiciones mucho más heterogéneos.
El tipo de personas que gravitan hacia las profesiones simbólicas se esfuerzan por ser «políticamente correctas» en sus opiniones. Tal vez, entonces, no debería sorprender que las personas tiendan a volverse más polarizadas políticamente a medida que aumentan sus conocimientos o su capacidad reflexiva.
También tienden a volverse más intolerantes ante el desacuerdo moral y político.
Aunque los estadounidenses con un alto nivel educativo y cognitivamente sofisticados tienen menor probabilidad de expresar actitudes racialmente prejuiciosas en las encuestas, tienden a ser mucho más prejuiciosos contra aquellos cuyas opiniones ideológicas difieren de las suyas.
Los tipos de personas que se convierten en capitalistas simbólicos también son más propensos a denunciar la autocensura y a apoyar la censura de otros sobre la base de sus opiniones políticas.
También somos mucho más propensos a reaccionar exageradamente ante pequeños embates, desafíos o desaires. Sí, puño de hierro, mandíbula de cristal.
Además, quienes tienen un alto nivel educativo, son inteligentes o tienen habilidades retóricas tienen significativamente menos probabilidad que la mayoría de revisar sus creencias o ajustar sus posiciones cuando se enfrentan a evidencias o argumentos que contradicen sus narrativas preferidas o creencias preexistentes.
Precisamente porque sabemos más sobre el mundo o somos más hábiles argumentando, estamos mejor preparados para encontrar fallos en los datos o en las narrativas que contradicen nuestras creencias previas, inventar excusas para «mantenernos firmes en nuestras posiciones» a pesar de los hechos, e interpretar de manera desfavorable la información que pueda amenazar nuestra visión del mundo ya establecida. Y normalmente, eso es exactamente lo que hacemos.
A lo largo de varias décadas de ambiciosos experimentos y ejercicios para realizar pronóstico, el psicólogo Philip Tetlock ha demostrado que debido a sus tendencias hacia la arrogancia epistémica y la rigidez ideológica, los expertos suelen ser peores que los legos en prever el desarrollo de los acontecimientos… especialmente en lo que respecta a sus áreas de especialización.
De la misma manera, se ha demostrado que los expertos tienen un desempeño ligeramente peor que los legos a la hora de predecir los posibles efectos de las intervenciones de las ciencias del comportamiento.
Estudios comparativos y longitudinales han descubierto que los líderes políticos con un alto nivel educativo no obtienen mejores resultados que los menos educados, e incluso pueden ser un poco peores en algunos aspectos.
En síntesis, lejos de encarnar el ideal de pensadores independientes que alcanzan sus posturas mediante una cuidadosa deliberación de los hechos, adaptan sus opiniones con flexibilidad frente a nuevas evidencias y toman decisiones sabias al adherirse estrictamente a la realidad empírica, los capitalistas simbólicos tienden, con mayor frecuencia que la mayoría, a convertirse en ideólogos dogmáticos o conformistas de línea partidista.
No obstante, nos resulta difícil reconocer estas inclinaciones en nosotros mismos, dado que nuestros más profundos «puntos ciegos» de prejuicio, junto con nuestras sofisticadas capacidades para el razonamiento motivado, conspiran para ocultarlas de nuestra propia conciencia.
Así que, en efecto, no soy tan listo como parece. De hecho, suelo ser bastante imbécil la mayor parte del tiempo. Al menos, me consuela pensar que tengo una imagen un poco más nítida del mundo (un lugar lleno de idiot savants que creen que entienden mucho más de lo que creen entender)… pero quizá estoy, de nuevo, haciendo contorsiones cognitivas para creerme superior al resto.
La inteligencia solo muestra una capacidad y las capacidades pueden o no potenciarse e incluso usarse parcial o completamente.
A veces da pereza.
Creo también que la percepción sobre uno mismo depende de muchísimos más factores que “tener razón” o “poseer la verdad” algo que también es cuestionable.
Quizás lo más importante es el entorno y la utilidad, al fin y al cabo.
Por otro lado “ser terca” en una idea que “puede ser equivocada” puede ser lo mejor para un momento social. Creer en algo fuertemente será genial o una mierda según su utilidad o/y significado ….
Vamos, que a veces ser lista es muy poco útil, pese a lo irónico que pueda parecer.
Da para una charla buena este post…
Me ha gustado. Los momentos de humildad son importantes 🤣 🙌
Sobre este peligro de creer que se sabe, el experimento de Kahan es revelador:
https://newsletter.ingenierodeletras.com/p/el-peligro-de-creer-que-se-sabe