Tus opiniones políticas suelen parecerse a la de tus padres pero no por lo que crees
La percepción nos conecta de manera eficiente con el mundo, mientras que el lenguaje nos une a los demás.
El holandés y el alemán son lenguas que comparten una estrecha relación lingüística. Una peculiaridad interesante es cómo ambos idiomas conceptualizan y nombran los colores, en particular el amarillo y el naranja. Esta diferencia se hace notablemente evidente en situaciones cotidianas, como la interpretación del color de las luces de tráfico.
Mientras que en holandés la luz intermedia del semáforo se llama oranje (naranja), en alemán se le denomina Gelb (amarillo), a pesar de que el color específico de esta luz debe ser uniforme en ambos países para cumplir con las regulaciones europeas.
En un estudio fascinante liderado por el psicólogo Holger Mitterer, se exploró cómo estas diferencias lingüísticas podrían influir en la percepción del color. El equipo de investigación creó imágenes que presentaban tonos que variaban sutilmente entre lo que típicamente se considera amarillo y naranja. Estas imágenes se mostraron a hablantes nativos de holandés y alemán, quienes debían identificar los colores que veían.
En un escenario particular del experimento, se presentó a los participantes la imagen de un semáforo y se les solicitó que nombraran el color de la luz central. El tono seleccionado para esta luz se ajustó para que estuviera exactamente en el punto medio entre lo que comúnmente se identifica como amarillo y naranja.
Los resultados revelaron cómo las convenciones sociales y el lenguaje pueden moldear nuestra percepción. Aunque todos los participantes observaron el mismo color intermedio entre amarillo y naranja, aquellos que hablaban alemán tendían a identificarlo como "amarillo", mientras que los hablantes de holandés lo llamaban "naranja".
Este fenómeno refleja la profunda influencia que el lenguaje y las convenciones culturales pueden ejercer sobre nuestra interpretación del mundo que nos rodea, incluso en algo aparentemente objetivo como el color.
Simplificando
Si consideramos que nuestros sistemas perceptivos actúan como interfaces que simplifican la realidad para optimizar nuestra capacidad de tomar decisiones, esto podría justificar por qué nuestra percepción del mundo es tan limitada. Sin embargo, este razonamiento no aborda directamente el papel de los fenómenos lingüísticos.
Nuestras percepciones nos permiten distinguir apenas una fracción de todas las posibilidades que ofrece la realidad. Por ejemplo, aunque el espectro visible de la luz es apenas una pequeña parte del espectro electromagnético total, somos capaces de identificar más de dos millones de tonalidades de color dentro de él. No obstante, los idiomas tienden a simplificar drásticamente esta diversidad, reduciéndola a unas pocas palabras para colores básicos como rojo, verde o azul, o, en casos más especializados, a unas decenas de términos técnicos para distintas tonalidades.
La existencia de dos sistemas que simplifican progresivamente la realidad responde a la necesidad de cumplir con dos objetivos distintos.
Por un lado, la percepción sirve como puente entre la realidad y el individuo, ofreciendo una representación lo suficientemente precisa para la toma de decisiones y acciones a nivel personal. Simplifica la complejidad del mundo de forma que minimiza los costes para el individuo, pero no tanto como para incrementar el riesgo de errores en nuestra interacción con el entorno.
Por otro lado, el lenguaje actúa como un conector entre individuos, facilitando una versión de la realidad adecuada para coordinar esfuerzos y decisiones colectivas. Opera de manera que reduce los costos asociados con la comunicación y el entendimiento mutuo, sin comprometer la capacidad de colaboración efectiva entre personas. La coordinación social se beneficia de un nivel de abstracción y parcialidad en la información que es menos exigente que la requerida para acciones y decisiones puramente individuales.
En resumen, tanto la percepción como el lenguaje son interfaces que simplifican la realidad de manera sucesiva, pero lo hacen con propósitos diferentes: la percepción nos conecta de manera eficiente con el mundo, mientras que el lenguaje nos une a los demás, permitiéndonos navegar y orquestar nuestras interacciones sociales.
En lo tocante a las ideas políticas, la verdad es que la mayoría de la gente no tiene una ideología. Sus puntos de vista son algo aleatorios y se vuelven menos aleatorios cuando los temas se vuelven populares. Las personas que sí tienen una ideología son las personas inteligentes. Por esa razón, según un reciente estudio, la heredabilidad de la ideología política solo es realmente alta cuando los gemelos tienen conocimientos.
Para gustos, colores
Lo que este estudio sugiere es que la principal razón por la cual las opiniones políticas de los niños suelen ser similares a las de sus padres y hermanos es debido a la influencia de los genes que se suman de generación en generación.
Aunque podríamos pensar que compartir el mismo hogar o la educación que reciben los gemelos, así como la influencia cultural directa de los padres o cómo interactúan los genes con el ambiente, tendrían un papel importante, en realidad estos factores tienen un impacto menor.
Según este análisis, las diferencias en las opiniones políticas se deben, en mayor medida, a tres factores:
a la genética aditiva (cómo se acumulan y combinan los efectos de distintos genes);
a errores en la manera en que medimos estas opiniones;
a las experiencias únicas de cada individuo que no comparte con sus familiares.
Es decir, los genes, junto con las experiencias personales que no se viven en familia, son los que más influyen en la formación de nuestras posturas políticas.
Esta idea, aunque contraintuitiva, se ha visto de hecho refrendada por uno de los descubrimientos más provocadores en genética del comportamiento: crecer en la misma familia no hace que las personas sean más parecidas entre sí. Un descubrimiento que recientemente, por cierto, se ha replicado por completo.
Lo racional no es lo racional
En realidad, la razón no evolucionó para ayudarnos a entender la verdad, sino para convencer a los demás de que la tenemos.
La capacidad de razonar suele considerarse un medio para mejorar el conocimiento y tomar mejores decisiones. Sin embargo, muchas pruebas demuestran que el razonamiento a menudo conduce a distorsiones epistémicas y a malas decisiones. Esto sugiere que debería replantearse la función del razonamiento.
Según Mercier, la función del razonamiento es argumentativa. Se trata de concebir y evaluar argumentos destinados a persuadir.
Es probable que nuestra capacidad de razonamiento haya surgido como subproducto de una carrera armamentística entre la capacidad de presentar argumentos convincentes a los demás y la capacidad de examinar los argumentos de los demás. Según la teoría de Mercier, no hemos sido seleccionados para pensar como científicos, sino como abogados. Los científicos pueden ser más rigurosos, pero los abogados son los que mejor saben convencer a los demás.
La capacidad de razonar de forma lógica y rigurosa, en esa perspectiva, no fue seleccionada porque nos ayude a tener las creencias correctas, sino porque nos ayuda a navegar por los juegos de la comunicación social, donde convencer a los demás y no dejarse tomar el pelo son claves para tener éxito.
Bajo esa perspectiva, la mera capacidad de razonar con rigor no está necesariamente asociada al éxito social. En muchas situaciones, las personas con creencias más precisas se ven superadas en las interacciones sociales por personas que tienen menos conocimientos pero navegan por las interacciones sociales con más éxito.
Porque razonar, como hablar, nos conecta con los demás. También razonar levanta muros ideológicos, como hablar (el hecho de que exista diversidad lingüística o de acentos a pocos kilométros de distancia de cualquier comunidad es prueba de ello). Es nuestra forma rápida de clasificar a las personas, como los ojos son nuestra forma rápida de clasificar los colores. Aunque todo ello, naturalmente, esté retroalimentado por el contexto cultural.