Somos únicos pero parecidos
Cada uno de nosotros es un misterio. Un misterio único, pero parecido entre sí. Una improvisación de jazz que, a menudo, origina una jam session.
La complejidad del ser humano se deriva de la interacción entre sus componentes biológicos, psicológicos, sociales y ambientales, los cuales operan en múltiples niveles y escalas. Esta complejidad es tal que las propiedades emergentes de estos sistemas (tales como la conciencia, la identidad, las creencias y los valores) no pueden ser directamente deducidas ni predichas a partir de las propiedades de los componentes individuales. En este sentido, cada persona, al ser un sistema complejo, presenta patrones de comportamiento, pensamiento y emociones que son únicos y no replicables en su totalidad.
Esta singularidad plantea un enorme desafío para las ciencias sociales y la psicología. Tradicionalmente, estas disciplinas han buscado establecer teorías y modelos que permitan explicar el comportamiento humano y los procesos sociales de manera general. Sin embargo, los modelos existentes a menudo no pueden capturar la riqueza y la variabilidad de las experiencias humanas individuales, ni pueden explicar completamente la dinámica de sistemas sociales complejos.
Además, nuestro entendimiento acumulado sobre el ser humano y la sociedad presenta un sesgo considerable. La mayor parte de las investigaciones en psicología y sociología se han llevado a cabo con poblaciones WEIRD (siglas en inglés de Western, Educated, Industrialized, Rich, and Democratic), es decir, poblaciones occidentales, educadas, industrializadas, ricas y democráticas. Esto significa que nuestra percepción actual sobre la naturaleza humana se apoya excesivamente en un segmento de la humanidad que no refleja adecuadamente la amplia variedad de experiencias, culturas y contextos sociales del mundo. Tal sesgo en la metodología y en la selección de muestras restringe todavía más nuestra habilidad para desarrollar modelos y teorías universales sobre el ser humano y las sociedades.
Todos somos únicos pero parecidos, y estamos muy lejos de entendernos uno a uno. Por ello, es posible que estemos lejos de la resolución necesaria de nuestras leyes generales sociales para explicar a las sociedades, y mucho menos a los individuos o los grupos.
Pero entendernos como entidades únicas, y también como sistemas interdependientes, resulta fundamental a la hora de valorar y proteger lo que nos beneficia y castigar o mitigar lo que nos perjudica.
Por ejemplo, las identidades tienen el poder de moldear lo que la gente cree, lo que le gusta y lo que no le gusta, incluso sus percepciones básicas como el gusto y el olfato. Son la base de muchas cosas buenas en el mundo, como la confianza y la cooperación intragrupal, pero también de muchas cosas negativas, como la discriminación y la violencia intergrupal.
Enfoque desde la complejidad
Para entender al ser humano (un sistema complejo) y las sociedades (un sistema complejo de sistemas complejos) necesitamos invocar las ciencias de la complejidad. Esta disciplina sirve de puente entre dos extremos del universo: el reino infinitesimal de la mecánica cuántica y el macrocosmos de la teoría de la relatividad. Aunque ambas teorías han logrado un éxito indiscutible, por sí solas no explican la transición de los fundamentos de la existencia (espacio, tiempo, materia, energía) a los patrones complejos de la vida y sus constructos sociales como ecosistemas, culturas y civilizaciones.
Antes del enfoque sistémico, la ciencia mantenía una perspectiva reduccionista, descomponiendo lo complejo en partes más simples para su estudio. Este principio asumía que, comprendiendo las partes, se podría entender el todo, similar a cómo se entiende un reloj desmontándolo y examinando cada componente. Este enfoque ha demostrado ser excepcionalmente fructífero. Sin embargo, la teoría general de sistemas planteó una cuestión revolucionaria: ¿cómo se unen y organizan las partes para formar un todo?
Esta pregunta marcó el inicio de una revolución científica que sigue evolucionando, aplicando la noción de sistemas para comprender estructuras en todas las escalas, desde lo subatómico hasta lo galáctico. Porque los principios de la complejidad no solo se aplican a sistemas biológicos o sociales, sino también a fenómenos aparentemente simples como la formación de copos de nieve o las ondulaciones en la arena del desierto.
Este cambio de paradigma ha permitido descubrir que la verdadera esencia de la complejidad reside en las interacciones y relaciones entre los componentes, más que en los componentes mismos. Esta visión refleja la profunda interconexión y sensibilidad de los sistemas complejos a condiciones iniciales. Y nos recuerda que, si bien nuestras herramientas cognitivas nos han permitido reducir a modelos muchos aspectos de la realidad, aún estamos lejos de entender y de entendernos.
Así pues, cada uno de nosotros es un misterio. Un misterio único, pero parecido entre sí. Una improvisación de jazz que, a menudo, origina una jam session que puede ser discordante o, por contraprestación, eufónica, acorde y armoniosa.
El campo de los sistemas complejos y su relaciones intra e inter es fascinante. Cuando lo descubrí hace unos meses, supuso un cambio de paradigma. Otro más. Gracias por la info.
Un cuestión interesante es si nuestra incapacidad para explicar y predecir las propiedades emergentes es un impedimento de iure o de facto. Porque si no somos capaces con nuestro análisis más reduccionista y simplista de explicarlas por una incapacidad técnica o propia y no porque sea metafísicamente imposible, quizá la tecnología, como la inteligencia artificial, sí llegue a ser capaz de ayudarnos a desentrañar esa complejidad.
Al final, la estructura de un sistema y la interrelación de sus elementos no dejan de ser información.