No es país para All Male Panel
Bajo el hashtag #allmalepanel, se denuncia este monocultivo de hombres y se persigue que haya más equidad entre sexos en conferencias y debates.
No hay ninguna instancia, observatorio, perspectiva, distinción, autoridad que pudiera hablar por todos los contextos. Hay poder y lucha por la hegemonía, por supuesto, pero lo que esos combates ponen de manifiesto es la policontextualidad del mundo.
—Daniel Innerarity
Para los no iniciados, una charla o panel exclusivamente masculino es exactamente lo que parece: un grupo de hombres (en su mayoría blancos) subidos al escenario en una conferencia, generalmente bajo los auspicios de ser los "expertos" en sus respectivos campos.
Bajo el hashtag #allmalepanel, se denuncia este monocultivo de hombres y se persigue que haya más equidad entre sexos. Solo entre sexos. No importa si hay poca representación cultural, ideológica o cualquier otro rasgo que uno pueda deslizar (desde el color de pelo hasta la edad, pasando por el acento, la estatura, la calvicie, la obesidad e incluso por el nivel de belleza, que constituye una brecha salarial correlacional que supera a la de género).
Pero ese es otro tema. El tema relevante ahora mismo es: ¿cuál es el grado de profundidad y eficacia de denunciar una charla compuesta exclusivamente por hombres? ¿Este fenómeno sistemático contribuye a reproducir estereotipos o solo los refleja? ¿Hay verdadero sexismo cuando se produce? ¿Cómo lo sabemos? ¿Es todo por culpa del patriarcado? Y lo más importante: ¿se puede cambiar el mundo de arriba a abajo o de abajo a arriba o el mundo extiende redes mereológicas que escapan de este paradigma tan ingenuo?
Poliginia y micromotivos
Imaginemos un lugar donde existe la poliginia, régimen familiar en el que el hombre tiene varias esposas al mismo tiempo. Imaginemos que ese régimen no nos gusta y queremos cambiarlo. ¿Por dónde empezar? Procesalmente, el primer paso es diagnosticar los motivos que propician la poliginia. Sin embargo, esta empresa dista de ser sencilla, como lo es cualquiera empresa que persiga explicar una sociedad.
Gary Stanley Becker, economista estadounidense y profesor de la Universidad de Chicago, quiso arrojar luz sobre hábitos y costumbres sociales cuya explicación no parece obvia.
Becker argumenta que la poliginia es más común que la poliandria porque las mujeres aportan más a la economía doméstica, beneficiando no solo a los hombres sino también a las mujeres. Un hogar poligínico puede ofrecer mejores condiciones de vida comparado con uno poliándrico, donde las ventajas para la mujer son menores. El análisis no busca justificar la poliginia, sino entender las bases socioeconómicas que la promueven, sugiriendo que algunos aspectos del patriarcado pueden ser más un resultado que un requisito de ciertas estructuras sociales.
Lo mismo podría ser cierto en lo tocante a las desigualdades que continúan existiendo entre los salarios de hombres y mujeres. Esta tendencia podría reflejarse en el hecho de que, históricamente, los hombres han ganado más que las mujeres, situación que continúa hoy en día (como también sucede con las personas atractivas frente a las menos atractivas).
Incluso si mujeres y hombres recibiesen el mismo salario por el mismo trabajo, las mujeres tienden a ocupar empleos con menores salarios, ya sea por elección o por circunstancias forzadas. La paradoja nórdica refleja que mayor igualdad produce, de facto, que las mujeres escojan este camino. Por ejemplo, en Bulgaria hay muchas más mujeres en puestos directivos que en cualquier país nórdico.
Mientras que un bando ideológico podría verlo como un problema de discriminación, el otro podría argumentar que se trata de diferencias biológicas que hacen a los hombres más aptos para ciertos trabajos o que prefieren aumentar su estatus a través de sueldos altos antes que estar estar más horas en casa. De hecho, la recientemente galardonada con el Premio Nobel de Economía, Claudia Goldin, señala que esta brecha se produce con la llegada del primer bebé. Es, entonces, cuando las mujeres, en promedio, demandan jornadas laborales más flexibles y esa mayor flexibilidad reduce la productividad por hora trabajada y, por tanto, el salario por hora.
En tal contexto, la división de tareas resulta siempre ventajosa para ambas partes de la pareja. Es habitual que se repartan las responsabilidades, siendo solo mínimas diferencias, como una inclinación biológica que favorece a la madre en el cuidado de los hijos en sus primeros años, las que puedan desequilibrar esta distribución. Por lo tanto, afirma Becker, las desigualdades sociales pueden surgir de una conducta puramente racional.
Las críticas a Becker sugieren que su teoría implica un determinismo o justifica desigualdades, pero su enfoque busca entender las razones detrás de las situaciones sociales sin prejuicios ni intuiciones. Propone modelos para explicar cómo surgen ciertas condiciones bajo normas específicas, sugiriendo que comprender estos mecanismos puede indicarnos qué cambios son necesarios para mejorar la sociedad.
Por ejemplo, Becker sugiere que las ayudas a madres solteras podrían tener efectos contraproducentes incentivándolas, desde una perspectiva racional, a tener más hijos y evitar el matrimonio. Sin embargo, la conclusión no es que las ayudas sociales sean negativas per se, sino que sus efectos deben entenderse dentro de un contexto socioeconómico más amplio, evitando análisis que los consideren de manera aislada.
La contribución de Becker desafía la percepción neoclásica de que factores como la natalidad y el matrimonio son constantes externas en la economía. A diferencia de otros economistas que han ignorado estas estadísticas, Becker ha revelado cómo la economía afecta y es afectada por estos elementos sociales. Destaca que las desigualdades emergen no solo de la codicia, sino de cómo la fertilidad y los ingresos familiares se relacionan, la inversión en el capital humano de los hijos por parte de familias desfavorecidas, la influencia de la educación y el trasfondo familiar en la selección de pareja, las tasas de divorcio, el soporte a hijos de mujeres divorciadas, y las desigualdades en la herencia de recursos familiares y sociales.
El rompecabezas causal, la imitación y la homofilia
No hay fórmulas matemáticas que puedan medir con precisión los sentimientos de amor o desamor. Sin embargo, es esencial reconocer que nuestras decisiones sobre relaciones de pareja o la crianza de los hijos no se basan únicamente en la dinámica personal con estos individuos, sino también en los patrones y normas establecidos por la sociedad en su conjunto.
Este aspecto resalta una limitación importante del enfoque neoclásico en la economía, el cual solo nos brinda una comprensión fragmentaria de la realidad social al obviar la importancia de las interacciones humanas. En otras palabras, la manera en que nos relacionamos y los vínculos afectivos que establecemos están profundamente influenciados por el contexto sociocultural, lo que implica que cualquier análisis que ignore el componente social y relacional de nuestras vidas está destinado a ser incompleto.
Es la interacción humana lo que produce lo que vemos, más que los sermones morales procedentes de autoridades. Y las interacciones, además, tienen lugar en ricos contextos, donde cada detalle, por mínimo que sea, cuenta.
Por ejemplo, ¿qué propicia que una persona decida casarse o divorciarse? En países como Dinamarca y el Reino Unido, los índices de divorcio son más altos que en Francia y Alemania, a pesar de tener economías similares, poniendo de manifiesto el papel crucial de las actitudes sociales hacia el matrimonio en su estabilidad. Además, el matrimonio ejemplifica situaciones sociales donde nuestras decisiones son interdependientes y binarias, afectando no solo las opciones de los demás sino también las normas sociales.
Paul Ormerod y Michael Campbell aplicaron un modelo de agentes interactivos al matrimonio, sugiriendo que las decisiones matrimoniales se ven influenciadas por las elecciones de los vecinos. Su modelo clasifica a la población en solteros, casados y divorciados, indicando que una vez que se cambia de estado, como de soltero a casado, solo se puede avanzar hacia el divorcio, pero es posible casarse de nuevo varias veces. La decisión de casarse o divorciarse está determinada por incentivos económicos y actitudes sociales, incluyendo la desaprobación de la cohabitación sin casarse o la percepción del matrimonio como anticuado.
No solo imitamos a nuestros pares en un contexto general de aprobación o desaprobación social, y no solo el contexto y la imitación cambian continuamente en función de las propias dinámicas sociales, sino que todos tendemos a la homofilia. Es decir, que nos llevamos mejor con las personas que se parecen a nosotros. Así, si alguien prefiere rodearse de amigos en vez de amigas o viceversa, tal vez no se trate tanto de un comportamiento sexista como homofílico.
Las consecuencias colectivas de la decisión individual
En un mundo ideal y utópico (o más bien distópico, si echamos un vistazo a la historia de la humanidad), un planificador central o un grupo de presión podría moldear la realidad en función de sus intereses, matrices morales o sentido de la justicia. Sin embargo, aspirar a ello se parece bastante a desear la paz mundial: ¿cómo lo hacemos? ¿Cómo controlamos los efectos adversos de presionar para que eso ocurra? ¿Sabemos que atacamos a las causas y no las consecuencias de causas que ignoramos?
Uno, entonces, podría aducir que hay que dar ejemplo. Comportarse individualmente de forma recta. Eso, sin duda, propiciará la imitación. O, al menos, uno podrá irse a la tumba con la conciencia tranquila, sabiendo que ha hecho lo correcto aunque el mundo no haya cambiado tanto como debería.
El problema es que las decisiones individuales generan innumerables causas que se extienden por redes mereológicas inextricables que están cambiando continuamente su topología.
Uno de los libros fundacionales sobre este tema, y también de los más lúcidos, es Micromotives and Macrobehavior [Micromotivos y macroconducta], del premio Nobel Thomas Schelling.
Schelling utiliza una variedad de modelos y ejemplos, desde problemas de segregación racial hasta la regulación del tráfico y el comportamiento en situaciones de crisis, para ilustrar esta dinámica. La genialidad del libro radica en su capacidad para desentrañar la complejidad de los sistemas sociales y económicos, mostrando cómo las interacciones entre decisiones individuales pueden conducir a resultados colectivos que nadie ha buscado explícitamente. Por ejemplo, Schelling analiza cómo las preferencias personales leves pueden llevar a la segregación significativa en las ciudades, un fenómeno que ocurre sin que nadie lo ordene o lo dirija de manera centralizada.
Schelling aplica la teoría de juegos y conceptos de equilibrio para explicar estos fenómenos, destacando la importancia de la "interdependencia estratégica" en las decisiones humanas. Su trabajo pone de relieve la necesidad de considerar tanto los incentivos individuales como las restricciones sistémicas al analizar comportamientos sociales y económicos.
Centrémonos en el multiculturalismo.
El optimismo inicial hacia el multiculturalismo en Occidente ha dado paso a la preocupación por la falta de integración, revelando en su lugar una profunda segregación. En ciudades como Baltimore, Chicago y Los Ángeles, las zonas urbanas habitadas por minorías se han transformado en guetos, contrastando con los barrios residenciales predominantemente blancos en las afueras. Esto ha generado tensiones raciales y descontento.
La segregación no se limita a la raza; ciudades de todo el mundo albergan barrios étnicos específicos que, si bien enriquecen culturalmente, han sido escenarios de tensiones, como las revueltas musulmanas en el Reino Unido en 2001. La segregación, históricamente basada en clase social o religión, y ahora en raza, refleja una tendencia humana a agruparnos con aquellos similares a nosotros, como ya hemos visto. Todos somos homofílicos. Y, como vemos por todo el mundo, evitar estos agrupamientos parece una tarea titánica, quizá imposible.
Schelling exploró las causas de la segregación, descartando la idea de que se deba únicamente a una alta intolerancia racial. Propuso que, aunque algunos individuos pueden preferir no vivir en minoría racial o cultural, no todos actúan por prejuicio. La gente se muda por múltiples razones, lo que sugiere que debería existir una mezcla homogénea debido a la tolerancia. Sin embargo, su modelo de agentes interactivos reveló una tendencia natural hacia la segregación. Con dos tipos de agentes representando diferentes razas o etnias, estableció una regla: una familia se muda si más de un tercio de sus vecinos son de otro grupo.
Esto indica un nivel de tolerancia, ya que una minoría de hasta un cuarto de vecinos de otro color es aceptable, mostrando tanto un rechazo al extremismo como su reconocimiento implícito. En suma: el proceso de segregación es producto de la interacción colectiva porque cuando un agente se marcha de un barrio, se reduce la probabilidad de que los que tienen su mismo color se queden.
¿Hacer algo o no hacer nada?
Como explica Philip Ball en su libro Masa crítica:
Una forma de interpretar esos resultados es decir que no deberíamos preocuparnos demasiado por la segregación racial (o cultural o de clase), porque es prácticamente inevitable. O considerarla desde otro punto de vista, no podemos inferir que una sociedad segregada es una sociedad llena de prejuicios (y, por tanto, proclive a los conflictos).
Pero en vez de ver la segregación como un fenómeno inevitable que debemos aceptar pasivamente, podríamos buscar maneras de abordarla y posiblemente contrarrestar sus efectos negativos.
La idea es que la separación de comunidades, ya sea por razones culturales, económicas o de otra índole, tiende a fomentar la ignorancia y el miedo hacia aquellos que son diferentes. Esta falta de conocimiento y comprensión puede, a su vez, transformar simples preferencias de convivencia en prejuicios profundamente arraigados. Aunque el modelo desarrollado por Thomas Schelling, que se enfoca en la dinámica de la segregación a partir de preferencias individuales, no contempla explícitamente cómo estas interacciones entre grupos podrían modificarse, sugiere una dirección valiosa para la investigación y la acción social: en lugar de intentar simplemente eliminar la segregación (lo cual puede ser muy difícil o incluso contraproducente), podríamos esforzarnos por promover y facilitar interacciones más significativas entre diferentes comunidades.
Este enfoque tiene el potencial no solo de reducir los prejuicios, sino también de enriquecer el tejido social mediante el intercambio cultural y la comprensión mutua.
Para hacerlo, sin embargo, debemos aceptar dos premisas. La primera: somos profundamente ignorantes sobre cómo cambiar la sociedad sin causar mayores destrozos. Y la segunda: tendemos a juzgar moralmente a quienes no se comportan como arreglo a nuestro modelo de sociedad ideal.
Como advirtió Schelling, la existencia de una gran segregación en una sociedad no implica necesariamente que sus miembros sean altamente intolerantes. Las tendencias hacia la segregación pueden surgir incluso en sociedades donde hay un nivel razonable de tolerancia, simplemente debido a cómo las decisiones individuales interactúan a gran escala. Esto sugiere que, en el debate sobre cómo hacer que la sociología sea más científica, es crucial entender que las dinámicas colectivas no siempre reflejan directamente las intenciones o actitudes individuales.
Podemos pedir por la paz mundial, incluso podemos denunciar que en una charla solo haya hombres en vez de una representación sexual más equilibrada. Sin embargo, estos reclamos son más quejas morales que soluciones reales. Alientan la exhibición de virtuosismo moral pero no de acciones virtuosas. Promueven el postureo más que la convicción. Olvidan que los problemas sistémicos no existen porque haya personas que se comporten de determinada manera.
Como nos recuerda Daniel Innerarity, filósofo español y director del Instituto Globernance en San Sebastián, en su libro Una teoría de la democracia compleja: A la hora de construir la responsabilidad (lo que se denomina «el problema de las muchas manos» (the problem of many hands), que surge cuando la responsabilidad está compartida, de manera que es difícil determinar quién es el responsable de qué, o cuando queremos intervenir para limitar esta interdependencia en alguno de sus aspectos (quien pretende proteger, por ejemplo, pero no dispone de los típicos recursos para neutralizar de algún modo la interdependencia (separar, alejar, delimitar, inmunizar) propios de un mundo en el que los sistemas interactuaban escasamente). Cualquier estrategia de intervención, si quiere tener algún éxito, debe pensarse como una estrategia que ha de llevarse a cabo no contra sino en medio de sistemas que interactúan entre sí.
En este contexto, las cuotas tienden a ser soluciones de brocha gorda, pero nos encantan porque son medidas directas y cuantificables, nos hacen creer que estamos haciendo bien las cosas. Por otro lado, los señalamientos individuales, rescoldos de la quema del impío en la plaza pública, nos hacen sentir moralmente comprometidos. Pero la moral, como nos advierte Pablo Malo, no son una buena guía para resolver los problemas complejos. Más bien es una eficaz forma de tapar el problema a través de una infinita espiral de silencio.
La espiral del silencio
Cómo arreglar el mundo no debería ser tanto una colección de recetas fijas como un debate abierto donde, en primer lugar, debemos realizar un correcto diagnóstico de las causas y, en segundo, una abordaje mesurado, como quien pisa terreno minado. Crear utopías es fácil, como es fácil que se conviertan en distopías. La forma adecuada de cambiar el mundo pasa por surfear con él, no tanto por confrontarlo y moldelarlo a nuestra conveniencia, como si fuéramos criaturas omniscientes.
Sin embargo, cuando abrir debate, cuestionar o matizar te condena a ser tildado de fascista, machista o idiota, entonces uno prefiere callarse para no perder amigos ni estatus. Aunque, de vez en cuando, haya héroes (o gente que quiere casito), como la escritora J.K. Rowling, que está dispuesta a ser arrestada por sus ideas.
Pero la mayoría no somos héroes. Tenemos demasiado que perder o demasiado poco para ganar. Si tu opinión es errónea porque te falta perspectiva de género (o de cualquier otra) cuando, en realidad, a todos nos faltan perspectivas, y por consiguiente es de perogrullo que no veamos el mundo igual, entonces prefieres seguir la corriente, aunque sepas que está mal hacerlo. (Que todos tengamos la misma perspectiva sería un horror, por cierto, porque se acabaría el debate, así que no tener determinada perspectiva es más bien un don, porque te permite hacer ver al otro las cosas desde tú perspectiva).
Por consiguiente, la brocha gorda no solo está ejerciendo su poder a nivel epistémico, sino también ideológico. Todo se soluciona fácil con una única visión apodíctica, un paquete de medidas perfectamente impuesto porque es lo bueno frente a lo malo. Si no estás de acuerdo, entonces hay algo malo en ti. Debes evitar que la gente sepa que hay algo malo en ti. Debes tener miedo de ser excluido. De modo que no queda otra que callar, asentir y sonreír. Incluso recurrir al “me he equivocado, no volverá a pasar” y hacer justo lo que te piden. No porque creas en ello, sino porque tienes miedo.
El mismo miedo que ha empujado a una escuela pública de Canadá a eliminar todos los libros publicados antes de 2008 por preocupaciones acerca de la equidad, la diversidad y la inclusión de sus contenidos. Recientemente, también tuvo lugar un incidente de la misma índole en el ámbito de las Charlas TED, cuyo lema es «descubrir y difundir ideas que despiertan la imaginación, abrazan la posibilidad y catalizan el impacto». Sin embargo, las presiones para cuestionar o incluso eliminar la charla de Coleman Hughes han sido evidentes. En ella, plantea la idea de que debemos tratar a la gente sin tener en cuenta su color de piel. Aunque la mayoría de los estadounidenses cree que las políticas ciegas al color son el enfoque correcto para gobernar una sociedad racialmente diversa, vivimos en un extraño momento en el que otros muchos sostienen que la ceguera de color es, de hecho, un caballo de Troya para la supremacía blanca. El razonamiento para la desigualdad es: no debemos tratar igual a las demás etnias, sino que debemos tratarlas mejor que a los blancos para compensar su privilegio histórico.
Coleman podría estar equivocado. Pero esa no es una razón para que sea censurado. Sin embargo, quienes están a favor de censurar saben a ciencia cierta, sin ningún género de dudas, que Coleman está equivocado. Saben, a ciencia cierta, que su discurso es más pernicioso que beneficioso. Saben que ellos, los censores, están en el lado bueno de la historia.
En parte, quizá eso explique que las universidades norteamericanas estén perdiendo diversidad de voces y registren una caída muy pronunciada en materia de libertad de expresión. Concretamente, la Fundación para los Derechos Individuales y la Expresión (FIRE) evaluó a 254 universidades y, paradójicamente, la que mejor reputación tiene como institución educativa fue la que tuvo peores resultados: Harvard. De una puntuación que va de 100 (máxima libertad de expresión) a 0 (mínima libertad de expresión), Harvard obtuvo un 0. Lo más preocupante es que el 29% de los estudiantes de Harvard consideraron que hacer uso de violencia para limitar el discurso en el campus era, al menos ocasionalmente, aceptable.
La American College Student Freedom, Progress and Flourishing Survey es una encuesta anual realizada por el Instituto Sheila y Robert Challey para la Innovación y el Crecimiento Global. La encuesta evalúa las percepciones de los estudiantes sobre la diversidad de puntos de vista y la libertad del campus. Las encuestas recientes han comenzado a identificar importantes desafíos en los campus universitarios relacionados con la libertad de expresión y la tolerancia de los puntos de vista diversos. Cada vez hay menos libertad, no más; y también hay más miedo, no menos. Como muestra, un botón:
Este nuevo clima autoritario también es un reflejo de las libertades en el mundo. Llevamos casi dos décadas consecutivas de descensos en ese sentido. Un total de 60 países sufrieron descensos en el último año, mientras que solo 25 mejoraron. Hasta la fecha, alrededor del 38% de la población mundial vive en países no libres, la proporción más alta desde 1997. Solo alrededor del 20% vive ahora en países libres.
Un problema no se soluciona a través de la censura, el miedo y la falta de libertad de expresión. En realidad, es la ruta más rápida para que, larvariamente, extramuros, la gente conspire, se enfade y odie al opresor. Es la ruta fácil para que, como podemos comprobar en la soberbia película Babylon, lo políticamente correcto adquiera tintes grotescos, peores que lo políticamente incorrecto. Es la ruta fácil para que todos sonriamos, abaciales, esperando el momento oportuno para llegar al poder y aplicar las mismas medidas draconianas frente a quienes ostentaron el poder previamente. Guillotinando cabezas, como de costumbre.
Uno de los principales enigmas de nuestro tiempo es cómo se produce el cambio social, entender su lógica y contribuir a que se realice en la dirección deseada. El problema es que hoy, más que estrategias de cambio, lo que tenemos son gestos improductivos, una agitación que es compatible con el estancamiento, escenificaciones sin consecuencias, impulsos estériles, falsos movimientos. El radicalismo es a la revolución como la agitación al movimiento o la indignación a la democratización: simulacros de cambio, no solamente compatibles con la falta de cambio, sino en muchas ocasiones estimuladores para no cambiar porque ya hemos conseguido algo que se le parece. La política sufre actualmente un peculiar trastorno bipolar porque es capaz de ilusionar a muchas personas hasta hacerles perder el sentido de la realidad, de manera que poco tiempo después se convierten en unos decepcionados que regresan a la melancolía de la vida privada. Toda la cuestión consiste en cómo hacer que pasen cosas en el sentido de que ocurra aquello que deseamos y no que pasen por delante de nosotros como posibilidades que se desvanecen.
—Daniel Innerarity
Es muy bueno. Para leer varias veces, tomar notas y pensar en cómo funciona la sociedad de un tiempo a esta parte.
Brillante. La polarización mediática, exacerbada de forma interesada por los medios para captar la atención, invita también a denostar las posiciones moderadas, matizadas, abiertas a la duda. La sospecha de ser políticamente incorrecto para unos extremos y otros acalla a quienes deben sostener las democracias: los moderados. Nada más lejos de la prudencia aristotélica.