Los tres “enemigos públicos” bacterianos de nuestra salud
La mayoría de la gente aún no conoce la diferencia entre virus y bacterias
Según la Organización Mundial de la Salud, existen bacterias o grupos de bacterias que representan una amenaza crítica para la salud pública debido a su elevada resistencia y peligrosidad. Es urgente y esencial desarrollar nuevos antibióticos que puedan combatirlas efectivamente, especialmente porque son resistentes a los carbapenémicos, uno de los grupos de antibióticos de última línea más potentes disponibles.
Estos son las tres más peligrosas:
Acinetobacter baumannii: esta bacteria encabeza la lista no solo por su resistencia a múltiples fármacos sino también por su alta capacidad de transmisión. Puede propagarse a través del contacto directo y sobrevivir en diversos entornos como la piel, el agua y el suelo. Es responsable de infecciones graves como neumonías, bacteriemias y afecciones cerebrales.
Pseudomonas aeruginosa: este microorganismo es un patógeno oportunista, lo que significa que aprovecha las debilidades del sistema inmunológico para infectar diversos tejidos. Generalmente, afecta a individuos con condiciones preexistentes. Es particularmente peligroso para personas con cáncer, fibrosis quística o grandes quemaduras, y en estos casos, su letalidad puede alcanzar el 50%.
Familia Enterobacteriaceae: este grupo incluye varias cepas conocidas, como Escherichia coli, Klebsiella pneumoniae y otras. Son bacterias que suelen ser oportunistas y están asociadas con infecciones adquiridas en entornos hospitalarios, afectando diversos sistemas del cuerpo, desde infecciones urinarias y respiratorias hasta condiciones más graves como artritis séptica y neumonía.
Uno de los casos más paradigmáticos para entender la complejidad sanitaria que subyace en la guerra contras las infecciones es el del Staphylococcus aureus resistente a la meticilina, conocido por sus siglas en inglés como MRSA, que es una cepa de la bacteria común Staphylococcus aureus que ha desarrollado resistencia a varios antibióticos, incluyendo la meticilina, utilizado para tratar infecciones bacterianas.
Esta resistencia hace que las infecciones por MRSA sean más difíciles de tratar que las infecciones por cepas no resistentes, convirtiéndolas en un problema significativo en entornos hospitalarios y comunitarios.
La presencia del Staphylococcus aureus Resistente a la Meticilina (SARM) en el ámbito hospitalario se estima que afecta a más de 150.000 pacientes anualmente solo en la Unión Europea. No en vano, el SARM representa más del 60% de todas las infecciones adquiridas en hospitales. En 2005, este patógeno fue responsable de infectar a 94.000 personas en Estados Unidos, causando la muerte de 19.000 pacientes.
La culpa es de todos
El fenómeno del aumento en la resistencia bacteriana se debe a una serie de factores que reflejan cierta irresponsabilidad y negligencia, no solo por parte de los profesionales de la salud sino también por las prácticas adoptadas en los entornos hospitalarios y por los propios pacientes. Uno de los errores más comunes y significativos es el uso inadecuado de antibióticos por parte de los pacientes, quienes a menudo los consumen para tratar afecciones virales, contra las cuales estos medicamentos no tienen efectividad.
Esta práctica errónea se basa en un desconocimiento sobre cómo funcionan los antibióticos y sobre la naturaleza de su enfermedad, ya que los antibióticos están diseñados específicamente para combatir infecciones bacterianas y no virales. No en vano, según una reciente encuesta realizada en Australia, el 92% de las personas no conoce la diferencia entre una infección viral y una bacteriana.
Además, más de un tercio de los participantes en la encuesta creía que los antibióticos eran la solución para afecciones como la gripe o el dolor de garganta, y un 15% consideraba que estos fármacos eran efectivos en casos de varicela o diarrea. Por otro lado, un 25% de los encuestados desconocía por completo el concepto de resistencia a los antibióticos, y un 40% reconocía haber utilizado antibióticos sin lograr curar una infección. Además, un 14% admitió haber consumido antibióticos de manera preventiva antes de viajar al extranjero, una práctica innecesaria e ineficaz.
En los entornos hospitalarios, los profesionales también son responsables de esta escalada armamentística que mantenemos con los microbios. Por ejemplo, el incremento en la aplicación de desinfectantes de manos en los centros hospitalarios está promoviendo, de manera inesperada, el desarrollo de bacterias que muestran tolerancia a los compuestos alcohólicos utilizados para la desinfección. Descubiertas inicialmente en los años 80, diversas cepas del grupo bacteriano enterococo han desarrollado resistencia al antibiótico vancomicina. Esta situación ha llevado a que los enterococos resistentes a la vancomicina (ERV) se conviertan en un desafío cada vez mayor en hospitales alrededor del mundo.
Un estudio publicado en Science examinó 139 variantes de Enterococcus faecium, aisladas en centros médicos australianos a lo largo de dos décadas. Estas bacterias fueron expuestas a una solución de isopropanol, un alcohol similar al empleado en los desinfectantes de mano habituales. De forma sorprendente, los investigadores observaron que las cepas obtenidas tras el año 2010 mostraban una tolerancia al alcohol hasta diez veces superior en comparación con las variantes más antiguas.
Este hallazgo no busca menoscabar la efectividad de los desinfectantes de manos basados en alcohol, sino destacar una práctica inadecuada en su uso: muchas personas no se frotan las manos durante el tiempo necesario para eliminar eficazmente las bacterias, siendo el intervalo óptimo de entre 20 y 30 segundos.
La investigación concluye subrayando la necesidad urgente de explorar métodos de desinfección adicionales. Será esencial desarrollar desinfectantes con nuevos principios activos, más allá de los basados en alcohol, para contener la propagación de estos patógenos de alto riesgo.
Identificación temprana
La detección de la resistencia a los antibióticos ha sido tradicionalmente un proceso que consume tiempo, con pruebas que se extienden durante uno o dos días, retrasando así el tratamiento efectivo en casos críticos. No obstante, un avance significativo en este campo ha surgido a través de una técnica innovadora que aprovecha la medición de la actividad metabólica de las bacterias mediante el uso de una sonda eléctrica.
Esta metodología permite identificar la resistencia a los antibióticos en un lapso notablemente reducido, de menos de 90 minutos. Tal rapidez en la obtención de resultados representa un cambio radical en la gestión de infecciones, facilitando decisiones terapéuticas más ágiles y precisas.
Este progreso tiene implicaciones profundas para la práctica médica, especialmente en el tratamiento de infecciones potencialmente mortales. La capacidad de determinar con rapidez la eficacia de los antibióticos permite a los médicos seleccionar el tratamiento más adecuado desde el inicio, maximizando las posibilidades de recuperación del paciente y minimizando el riesgo de contribuir a la propagación de resistencias.
Antibióticos mejor diseñados
A pesar de que algunas bacterias parecen ya invulnerables a nuestros antibióticos, se continúan realizando avances significativos en este campo. Por ejemplo, investigadores de UTHealth en el Centro de Ciencias de la Salud de la Universidad de Texas en Houston han logrado identificar una proteína específica que desempeña un papel crucial en la defensa de los enterococos resistentes a la vancomicina (ERV), un grupo de bacterias que, como hemos visto, es particularmente tenaz.
La identificación de esta proteína clave no solo representa un avance científico, sino que también es un rayo de esperanza en la lucha contra la resistencia a los antibióticos. Al entender cómo esta proteína permite a los ERV resistir los efectos de los antibióticos, los investigadores pueden ahora explorar estrategias para inhibir su función, abriendo la posibilidad de desarraigar la resistencia desde su origen.
Este enfoque, centrado en desactivar los mecanismos de defensa de las bacterias en lugar de intentar eliminarlas directamente, podría ofrecer una vía más sostenible y efectiva para superar la resistencia a los antibióticos y salvar vidas en el futuro.
La fagoterapia
Los tratamientos alternativos a los antibióticos tradicionales están ganando terreno como estrategias viables para combatir infecciones. Entre estos, la fagoterapia, que emplea virus bacteriófagos especializados en atacar y eliminar bacterias específicas, emerge como una alternativa prometedora en el campo de las terapias antimicrobianas. Su gran ventaja radica en la precisión con la que estos fagos identifican y destruyen únicamente a las bacterias patógenas, sin perturbar el equilibrio de la microbiota beneficiosa que reside en el cuerpo humano.
Esta especificidad reduce el riesgo de desencadenar desbalances en los ecosistemas microbianos internos, un problema común asociado con el uso de antibióticos de amplio espectro que no distinguen entre bacterias dañinas y beneficiosas.
Además, la capacidad de adaptar y diseñar fagos a medida para combatir cepas bacterianas específicas y resistentes a los medicamentos abre posibilidades para tratamientos altamente personalizados y efectivos. Así pues, este enfoque no solo tiene el potencial de salvar vidas, sino que también puede contribuir a preservar la eficacia de los antibióticos actuales al reducir la dependencia de estos fármacos y, por ende, la presión selectiva que conduce a la resistencia.
Otras alternativas incluyen el uso de péptidos antimicrobianos, terapias basadas en el sistema inmunológico y la modulación del microbioma para fortalecer las defensas naturales del cuerpo. Estos enfoques innovadores no solo representan una esperanza en la lucha contra las infecciones resistentes, sino que también abren nuevos caminos en la comprensión y el tratamiento de enfermedades infecciosas.
Nuevas tecnologías
Además de todo lo expuesto hasta ahora, se está explorando el potencial de las tecnologías emergentes, como la edición genética y la inteligencia artificial, para diseñar fármacos que sean más específicos y menos propensos a inducir resistencia. La colaboración internacional y el apoyo gubernamental están desempeñando un papel crucial en la aceleración de estos desarrollos, proporcionando los recursos necesarios para superar los desafíos asociados con la investigación y el desarrollo de nuevos agentes antimicrobianos.
Un ejemplo particularmente esperanzador, que implica un avance extraordinario en el campo de la fagoterapia, es un nuevo cóctel de fagos diseñados mediante ingeniería genética. Estos virus, especializados en atacar y destruir bacterias, han demostrado su eficacia en un caso notable: la recuperación significativa de una joven paciente de una infección causada por Mycobacterium, un género bacteriano que incluye patógenos como el de la tuberculosis. Tras seis meses de tratamiento, las heridas de la paciente sanaron completamente y su salud mejoró notablemente sin que se presentaran efectos adversos graves. Este logro subraya el potencial terapéutico de los fagos en el combate contra las superbacterias.
El caso de Isabelle Carnell, una adolescente que sufría de fibrosis quística y que se enfrentó a una infección postoperatoria por Mycobacterium abscessus, ilustra el poder de esta estrategia. Después de un trasplante de pulmón, la infección se agravó, pero el tratamiento con un cóctel de fagos genéticamente modificados logró una mejora significativa. La personalización del tratamiento, basada en la eliminación de genes represores en los fagos para aumentar su efectividad, representa un enfoque innovador en la medicina. A pesar de los desafíos, como la especificidad de los fagos para ciertas cepas bacterianas y la posibilidad de toxicidad, este caso ha reavivado el interés en la terapia fágica, impulsando la creación de centros de investigación en prestigiosas universidades de Estados Unidos. Aunque los investigadores advierten que el tratamiento fue específico para la cepa de Isabelle y que su recuperación podría haber ocurrido independientemente, el éxito del tratamiento con fagos abre nuevas vías para enfrentar infecciones resistentes y destaca la importancia de la innovación en la lucha contra las enfermedades infecciosas.
Otro enfoque similar es la estrategia patógeno-específica antibacteriana basada en microbios representa un enfoque innovador y prometedor en la lucha contra las infecciones bacterianas. Esta técnica implica el uso de bacterias no patógenas, modificadas genéticamente para combatir específicamente a bacterias patógenas, sin afectar a la flora bacteriana beneficiosa del huésped.
Un ejemplo destacado de esta estrategia es el trabajo realizado por un equipo multidisciplinario de investigadores de Singapur y Estados Unidos, liderado por el Dr. M.W. Chang. Este equipo se ha centrado en la eliminación de Pseudomonas aeruginosa en infecciones intestinales utilizando una cepa modificada de Escherichia coli, conocida como E. coli Nissle 1917. Esta cepa de E. coli ha sido genéticamente alterada para identificar y atacar a Pseudomonas aeruginosa de manera específica.
El proceso comienza cuando la E. coli modificada se introduce en el intestino como tratamiento ante la presencia de una infección por Pseudomonas. Esta cepa de E. coli es capaz de detectar a la bacteria patógena y, al hacerlo, activa un proceso de autodestrucción conocido como apoptosis. Al morir, la E. coli libera dispersina B, un péptido que descompone el biofilm protector de Pseudomonas, dejando a la bacteria patógena vulnerable.
Este enfoque no solo tiene un efecto terapéutico al eliminar la infección existente, sino que también actúa de manera profiláctica, previniendo la formación de nuevas colonias de Pseudomonas en el intestino. Hasta el momento, este sistema se ha probado con éxito en modelos animales, como ratones y el nematodo Caenorhabditis elegans, ampliamente utilizado en investigaciones biomédicas.
Aunque estos resultados son preliminares y se han obtenido en modelos animales, son muy alentadores y abren la puerta a la posibilidad de aplicar estrategias similares en humanos. Si bien se necesitan más investigaciones y ensayos clínicos para confirmar la seguridad y eficacia de este enfoque en pacientes humanos, la perspectiva de utilizar bacterias modificadas genéticamente como agentes terapéuticos representa un avance significativo en la medicina antibacteriana.
Más inversión
Como corolario a todos los esfuerzos científicos que se están realizando, los expertos coinciden en que, en términos generales, el problema de base es la falta de financiación y la escasez de recursos para investigar cómo combatir la resistencia bacteriana, aunque ello no resulte lucrativo para la industria farmacéutica.
Para revertir este problema sistémico, tanto en Estados Unidos como en Europa se han comenzado a implementar sistemas de incentivos diseñados para estimular a la industria farmacéutica a enfocarse nuevamente en la búsqueda de nuevos antibióticos. Por ejemplo, la propuesta de creación de premios de mil millones de dólares o más para quienes desarrollen antibióticos de los tipos más necesarios.
Estas iniciativas buscan contrarrestar las fuerzas del mercado que han desviado la atención de la investigación antimicrobiana, ofreciendo recompensas económicas, extensiones de patentes, o regulaciones más ágiles para aquellos que inviertan en el desarrollo de fármacos capaces de combatir las resistencias emergentes.
Ya estamos dando pasos en ese sentido. Por ejemplo, en el marco del Foro Económico Mundial en Davos, Suiza, más de 80 compañías farmacéuticas internacionales y asociaciones clave emitieron una declaración conjunta delineando cómo los gobiernos y la industria pueden colaborar para superar la creciente amenaza de la resistencia a los antimicrobianos.
En la declaración se establece un firme compromiso a adoptar un nuevo modelo en el desarrollo de antibióticos, uno que priorice tanto la accesibilidad como la sostenibilidad de estos medicamentos esenciales. Los firmantes de la declaración se comprometieron a asegurar que los nuevos fármacos sean accesibles para todos los que los necesiten, independientemente de su ubicación geográfica o situación económica. Además, prometieron aumentar la inversión en investigación y desarrollo (I+D) para abordar las necesidades urgentes de salud pública y contribuir a la lucha contra la resistencia a los antibióticos tanto en humanos como en animales.
Para incentivar a la industria farmacéutica a seguir estos objetivos, se ha propuesto que los gobiernos ofrezcan premios significativos, de mil millones de dólares o más, a aquellos que desarrollen antibióticos que respondan a las necesidades más críticas. Esta propuesta tiene como objetivo encontrar un punto medio entre garantizar la rentabilidad para los desarrolladores y asegurar que los nuevos medicamentos sean globalmente accesibles a precios razonables, al tiempo que se mantiene su eficacia a largo plazo.
La implementación de esta estrategia, con un coste estimado de 25.000 millones de dólares a lo largo de diez años. Sin embargo, el retorno de esta inversión sería significativo, considerando que solo en Estados Unidos, la resistencia a los antibióticos le cuesta al sistema de salud alrededor de 20.000 millones de dólares anuales. La adopción de este enfoque no solo aliviaría la carga económica sobre los sistemas sanitarios, sino que también marcaría un avance crucial en la preservación de la salud global y la eficacia de los tratamientos antimicrobianos en el futuro.
Un horizonte de esperanza
Podemos superar ciertas enfermedades, como el resfriado común, a través de nuestras defensas naturales. En otros casos, logramos una victoria duradera mediante la vacunación con cepas muertas o atenuadas del agente patógeno, como ocurre con el sarampión. Sin embargo, hay batallas que perdemos cuando nuestros anticuerpos no logran reconocer a los invasores, como sucede con el VIH.
La prevención y los avances biomédicos, en este caso, pueden inclinar la balanza a nuestro favor. La adopción de prácticas de higiene adecuadas, el uso responsable de antibióticos para evitar la aparición de resistencias y la inversión en investigación para el desarrollo de nuevas vacunas y tratamientos son nuestra única opción. Por añadidura, y no menos importante, debemos fomentar una mayor conciencia sobre la importancia de las vacunaciones, no solo para proteger a los individuos, sino también para preservar la salud pública global.
Tirando piedras sobre mi tejado, antes era más rápido recetar el antibiótico que darle la explicación al paciente de por qué no era necesario usarlo si el cuadro parecía vírico. Ahora, la mayoría de médicos de primaria y pediatras suelen no recetarlo salvo caso claro o dudas. Y siempre queda la prescripción diferida, o sea, que viene el fin de semana y a ver si voy a empeorar y tener que ir a urgencias. Le recetas el antibiótico, le indicas (mejor por escrito) en qué situaciones tomarlo y el paciente se va contento y el médico más, porque alrededor de la mitad o más no se lo toman. La receta mágica.
Muy buen artículo. Por lo que he leído, otra técnica es la reutilización de viejos antibióticos. Algunos, porque se habían descartado por sus efectos secundarios o su toxicidad, y no queda más remedio que utilizarlos en ciertas ocasiones graves. Pero otros, porque hace décadas perdieron eficacia con la resistencia de las bacterias, pero con el paso del tiempo han recuperado parte de su utilidad debido a la evolución bacteriana que ha "olvidado" esa vieja resistencia.