La realidad es demasiado real y por eso no vivimos en ella
Nunca hemos visto el amarillo, el marrón, el naranja ni muchos otros colores. Esos colores existen, pero nuestro cerebro solo puede hacerse una idea aproximada de cada uno de ellos.
La ficción es una forma de embriagarse, alucinar o soñar que permite estar en dos sitios a la vez, como sostiene la filósofa Avital Ronell en Crack Wars: Literature and Addiction Mania: «El horizonte de las drogas es el mismo que el de la literatura». Puede ser Fantasía, el reino de Oz, la madriguera del Conejo Blanco o el armario ropero de Narnia.
Otra forma de vivir, ni mejor ni peor. Porque incluso quienes insisten en desdeñar la ficción por considerarla poco real olvidan que ya vivimos en microcosmos: cuando, en 1994, un terremoto produjo un apagón en Los Ángeles, el cielo nocturno empezó a verse con tanta nitidez que muchas personas llamaron a los servicios de emergencias para informar de una nube plateada en el cielo. Solo era la Vía Láctea. Algo que muchos no habían visto nunca.
Hace miles de años, nuestros antepasados ya concebían pinturas rupestres en cuevas donde el eco permitía anticiparse a una rave actual, como sugiere una investigación de las pinturas rupestres de Arcy-sur-Cure en Borgoña, e ingerían drogas enteógenas para hackear sus percepciones.
Los cuentos aspiraban a hacer lo mismo, y más tarde la música, la literatura, el cine y la televisión. Desde este punto de vista, gran parte de la historia de la humanidad parece una carrera para hallar nuevas formas cada vez más inmersivas para escapar de nuestra realidad cotidiana. O, al menos, para enriquecer esa realidad de alguna manera.
Ahora también estamos haciéndolo con videojuegos, realidades virtuales y realidades aumentadas. Esos refugios digitales, empero, no se diferencian demasiado de lo que hacen muchos otros en un entorno tan social como una discoteca cuando ingieren grandes cantidades de alcohol: de este modo, se facilita la comunicación, se debilita la inhibición y se agudiza la experiencia general, en el mejor de los casos; en otros, simplemente, uno se contamina etílicamente durante el fin de semana para huir de su grisácea existencia.
Además, estos refugios permiten ensayar quiénes somos, imaginar cómo podríamos ser, ponernos en la piel de otros e, incluso, alterar cómo seremos en el mundo real. De hecho, en psicología ya se usan videojuegos sociales como Second Life donde uno puede escoger su propio avatar para probar a desarrollar toda clase de terapias. Gracias al llamado efecto Proteo, por ejemplo, se puede observar que una persona que escoge un avatar más atractivo adquiere mayor seguridad en sí misma al interactuar con otras personas. Y lo que es más importante: esta seguridad se mantiene durante un tiempo incluso fuera de Second Life, en el mundo real, como demostró un estudio del Virtual Human Interaction Lab de la Universidad de Stanford.
Cuando decimos que lo real es mejor que lo virtual quizá estamos definiendo lo real como una vida sin grandes dificultades. Pero ¿qué sucede cuando nuestra vida dista mucho de ser agradable? Habida cuenta de que el número de suicidios está aumentando, sobre todo entre los jóvenes, cabría preguntarse qué tiene de malo escapar de la realidad que nos angustia. ¿Debemos exigir a todas las personas que vivan en el mundo real y se enfrenten a todas y cada una de sus aflicciones?
En El dormilón, Woody Allen despierta después de haber permanecido 200 años durmiendo y se queja de no haber aprovechado todo ese tiempo para seguir acudiendo a terapia: de haberlo hecho, ya casi se habría curado. Es decir, ¿qué derecho tenemos a exigir a alguien que continúe siendo quién es, se acepte tal y como es y se «cure» de sus problemas?
A veces, las cosas no pueden solucionarse fácilmente, y no queda otra que buscar un atajo o una ruta de escape. A veces eso se traduce en el suicidio. Otras veces, en la lectura de novelas o el consumo compulsivo de libros de autoayuda. En la ingesta de estupefacientes. En hincarse ante el dios o líder de cualquier secta. En la asistencia al cine. En una conexión a los Sims o Second Life. En OASIS.
El bistec de ‘Matrix’
«Sé que este jugoso pedazo de carne no existe, pero Matrix le dice a mi cerebro que sí y que es delicioso». Esto es lo que sostiene Cifra en la película Matrix, mientras degusta un trozo de bistec formado únicamente por ceros y unos. Al espectador, obviamente, esta idea le repugna. Sobre todo porque la idea principal que quiere transmitir Matrix es que debemos vivir en el mundo real, por muy horrible que sea, porque el mundo virtual es no es real. No importa que nadie sea capaz de darse cuenta de que no es real. No importa que el bistec falso sepa idéntico al real. Lo perentorio es desconectarnos del mundo irreal para acceder al real (aunque en el real ni siquiera haya un bistec que comer).
Esta idea romántica, deudora de la caverna de Platón, es muy interesante, pero en puridad no aborda la dicotomía real versus virtual, sino libertad versus esclavitud. Lo que subyace en Matrix es que somos esclavos de las máquinas. Que debemos rebelarnos, liberarnos, buscar lo que hay en el exterior de la caverna aunque la luz nos dañe los ojos. Son propósitos tan encomiables que eclipsan el verdadero debate filosófico de fondo: si lo virtual es indistinguible de lo real, ¿sigue siendo peor? Más aún: ¿y si lo virtual acaba siendo más real porque nuestro cerebro es también una máquina de realidad virtual que nos engaña continuamente?
Y aquí, justo aquí, reside la clave de todo. Matrix, Ready Player One y, en general, toda la cultura de masas da por sentado que nosotros somos nosotros y que lo que recordamos, experimentamos y hacemos en un conjunto claramente delimitado se llama realidad.
Sin embargo, la psicología nos dice justo lo contrario: nuestro «yo» probablemente es una ilusión cognitiva, nuestros recuerdos suelen ser reconstrucciones falsas que nunca dejan de cambiar, nuestros sentidos apenas registran un tanto por ciento muy pequeño de nuestro entorno, somos víctimas de ilusiones ópticas y auditivas debido a que nuestro cerebro dista mucho de ser un órgano perfectamente ensamblado y no disponemos de nada ni remotamente similar a lo que definimos como libre albedrío.
En resumen: lo más parecido al Matrix de la película Matrix es la realidad. O dicho de otro modo: quizá deberíamos aspirar a crear un mundo virtual mejor que la realidad.
La realidad no es tan real
Cuando registramos el mundo real usamos un interfaz en forma de órganos perceptivos y un sistema nervioso que lo codifica todo y lo reformula para ser asimilado. Así pues, al percibir el color del bistec, su textura o su sabor, en realidad solo recibimos información que transformamos neuroquímicamente en esas experiencias.
No captamos lo que hay fuera de nosotros tal y como es, sino que lo reformulamos. Por consiguiente, si un dispositivo logra estimular las mismas regiones cerebrales que se activan cuando nos zampamos una comida decente, ¿no estaremos sintiendo exactamente lo mismo? ¿No nos sentiremos como Cifra? La respuesta no solo es que sí, sino que es mejor que sí.
Nuestra experiencia al saborear una comida decente es producto de una cascada neuroquímica. Sin embargo, la experiencia no siempre es la misma, porque habrá días en los que la comida no estará tan deliciosa, o días en los que nuestro cerebro no funcionará igual de bien, o nuestras papilas gustativas no serán tan sensibles, etc. Todos hemos sentido que algo que nos gusta, nos gusta menos otro día al repetir la experiencia. También que no todos los días disfrutamos tanto de las cosas. Depende de nuestro humor, de los niveles de diversos neurotransmisores, del tiempo que hayamos descansado, del estrés que arrastremos, de las veces que hayamos repetido la experiencia, de las expectativas y un largo etcétera.
Todos estos factores podrían ser corregidos en una experiencia virtual para que siempre experimentemos una sensación de la misma manera. O que se nos presente esa sensación de la forma que decidamos, más intensa aquí, más perdurable allá, más chisporroteante por acullá.
También en un mundo virtual podríamos experimentar mejor la realidad porque controlaríamos no solo la realidad, sino también nuestros sentidos (o la forma en que interactúan ambos). Hay que recordar que ese mundo real que tanto se preconiza es muy poco real si tenemos en cuenta que solo somos capaces de ver el 1% del espectro electromagnético y de oír el 1% del espectro acústico.
Ni siquiera somos tan conscientes como creemos. Un estudio reciente publicado en Frontiers of Psychology señalaba que, en realidad, nuestros pensamientos y sentimientos están cimentados sobre mecanismos inconscientes, no por razonamientos lógicos y ponderados. Ahora también sabemos que las alucinaciones ocurren en personas con una salud mental perfecta, y la probabilidad de experimentarlas aumenta a partir de los 60 años; y el 5 por ciento de nosotros experimentará una o más alucinaciones en nuestra vida, como si una suerte Matrix u OASIS biológico se empecinara en aflorar en nuestro cerebro. O como escribe Bruce Hood en el libro Las mejores decisiones:
Tendemos a pasar por alto lo que no encaja e incurrimos en errores de atribución o en disonancias cognitivas. La psicología no deja de recordarnos los mecanismos inconscientes de la mente que redefinen la información para que encaje en un relato coherente.
En términos generales, nuestros sentidos reciben unos diez millones de bits de información por segundo, pero tal y como señala Jennifer Ackerman en Un día en la vida del cuerpo humano, «conscientemente solo procesamos entre siete y cuarenta bits». Ni siquiera los colores de un paisaje bonito son reales, porque nuestros ojos solo detectan el rojo, el verde y el azul, tal y como explica el físico teórico Michio Kaku en su libro El futuro de nuestra mente:
Eso significa que nunca hemos visto el amarillo, el marrón, el naranja ni muchos otros colores. Esos colores existen, pero nuestro cerebro solo puede hacerse una idea aproximada de cada uno de ellos combinando en distintas proporciones el rojo, el verde y el azul.
Todos estos son solo unos mínimos ejemplos de hasta qué punto reconstruimos la realidad, nos la inventamos sobre la marcha y la adaptamos a nuestras limitaciones biológicas. Nuestro propio cerebro, pues, es un cuello de botella que convierte la compleja realidad en un videojuego arcade cutre de los años 80, así que ¿por qué conformarnos con ello?
Vaya...yo que estaba poniendo toda mi fe en la meditación, en la conciencia plena del aquí y el ahora, en aceptar la realidad tal y como es y toa esa vaina...
Me acabas de dejar con el culo torcido.
Y si acaso el problema es que no estamos experimentando la vida plenamente y por eso pensamos que una simulación podría llegar a acercarse a reproducir la realidad o incluso mejorarla? Y si hay profundidades a las que no estamos llegando porque vivimos en la superficie, saltando de un estímulo fácil a otro? No sé si has leído sobre psicodélicos o tenido experiencia con ellos alguna vez, pero lo que autores como Huxley describen es que la realidad que percibimos habitualmente es un pálido reflejo de lo que realmente es. No sé si recordarás cómo era la vida cuando eras niño. Para mí era mágica, sorprendente, maravillosa. Todo tenía vida, consciencia, inteligencia. Con los años y la educación se van cerrando las "puertas de la percepción" (Blake), los mecanismos de compuerta que nos hacen percibir cada vez menos. Esa sensación se puede experimentar de nuevo con psicodélicos pero también trabajando la atención plena y observando atentamente una flor, una nube, un árbol. Yo estoy apenas empezando en el proceso de recuperar la sensibilidad y abrir las compuertas, pero te puedo decir que en apenas un año cada día tengo alguna experiencia de asombro, de esas que a veces nos hacen llorar de la alegría. Esa es la realidad, mucho más mística e inefable que nada que podamos trascribir en base a unos y ceros, porque apenas hemos arañado la superficie. El ser humano no sabe nada del misterio (cómo podría? Desde luego con el lenguaje no puede describirlo). Me viene aquí al pelo una cita de Tolkien, que era un autor que accedía a la dimensión metafísica de la realidad y al mundo imaginal para escribir sus historias: https://www.goodreads.com/quotes/10076021-the-land-of-fairy-story-is-wide-and-deep-and